A los pequeños lo que más les gusta es el agua, sobre todo en días como el de ayer, de sol y calor, ver cómo cambia de color, como se mete en las esponjas y sale sin esfuerzo, cómo está presente en casi todo, y ellos sin saberlo...

Las fórmulas mágicas salieron, un mes de mayo más, de las aulas, de los manuales de Física y Química y de Biología para hacerse palpables. Era el Día de la Ciencia en la Calle y todos, pequeños y mayores, profesoras y abuelas, estaban invitados a dejarse llevar por los trabajos de los escolares.

El parque de Santa Margarita se convirtió en un gran libro de experimentos para aprender, ver, tocar y maravillarse con las combinaciones que hacen que lo imposible se convierta en real y que los elementos más cotidianos, combinados, creen explosiones.

Fernando Carreira tiene nueve años y, ayer, estaba en la caseta de las Bibliotecas Municipales. Manejaba un juego de preguntas, como el Trivial Pursuit, pero con cuestiones relacionadas solo con el agua y el medio ambiente. Algunas fáciles, como el nombre de la protagonista de La Sirenita, otras mucho más complicadas, como los 200 litros de agua que hacen falta para fabricar un refresco, con su envase y todo.

La agrupación astronómica Ío sacó ayer a la calle sus telescopios. Uno para poder seguir el recorrido de la luna, otro para ver las manchas del sol y otro para poder encontrar, en el cúpula del Planetario, una moneda. A los que creen que la astronomía no es lo suyo, a los que todavía no se lo han planteado porque son demasiado pequeños y a los que sueñan con recorrer el espacio, la agrupación les ofreció la posibilidad de hacerse una foto poniendo su cara al cuerpo de un astronauta.

El Día de la Ciencia en la Calle tiene unos participantes fijos, los tableros de ajedrez y de damas gigantes, los experimentos con pompas de jabón, los elementos que recogen el calor del sol y lo convierten en energía, el humo de las explosiones que se hacen con refrescos y los globos que se hinchan con helio y que te cambian la voz si tragas su contenido, pero también tiene novedades, como los gusanos de seda que los alumnos del colegio Otero Pedrayo se encargaron de criar y alimentar este año.

Sacaron a la calle todo el proceso, desde que los gusanos son muy pequeños y comen hojas de morera hasta que crecen y se meten en su capullo. Así están durante unos días y, cuando están listos, nace una mariposa que nunca llega a volar, aunque tiene alas, porque pone los huevos y se muere. Cosas de la ciencia.

Carla Luaña tiene dos años y Martina Sánchez tres, ayer jugaban con un experimento que hicieron en la Escola Infantil Os Cativos. "En clase cortamos lasa pajitas de colores", decían entre las dos, mientras se afanaban en colar los tubitos amarillos, rosas y verdes por unos agujeros para hacer figuras.