El cartel de No hay entradas se colgó una vez más sobre las taquillas del Palacio de la Ópera coruñés. Porque, a pesar de las dificultades, una vez más, se realiza otra temporada de ópera en la ciudad. La que hace el número sesenta y uno. "Aquí seguimos, pese a todo", dice en su saluda, la presidenta, Natalia Lamas. Pues, por muchos años, que el público coruñés, hambriento de ópera, responde siempre llenando el aforo del Palacio. Como en esta representación. No defraudó esta Lucia, magníficamente cantada y tocada, aunque la puesta en escena no respondiese a las expectativas despertadas; sobre todo, por la pobreza y fealdad de los telones pintados, por muy italianos que fuesen. En cambio, la vis dramática de la protagonista (escena de la locura) o la calidad vocal de algún pasaje en concreto (sexteto concertante) salvan la situación escénica. El enorme éxito de esta Lucia, hay que buscarlo en los medios musicales.

Discreto el Coro Gaos, con sus mejores momentos en la gran escena final. Soberbia la orquesta, llevada con mano maestra por Tébar, cuya brillante carrera musical es fácil de explicar viéndole dirigir con una precisión y una flexibilidad admirables. Momentos como el comienzo de la obertura, en volúmenes piano, de extraordinaria belleza, son difíciles de olvidar. Claudia Walker hubo de realizar la dificilísima tarea de remedar con la flauta las vocalizaciones de la escena de la locura; salió a saludar con toda justicia. La pareja protagonista fue repetidamente aclamada: María José Moreno recibió una larguísima ovación, salpicada con exclamaciones de entusiasmo, tras su sensacional escena de la locura; y Albelo, exactamente lo mismo, después de la gran escena final. En el precioso dúo del primer acto, ambos recibieron merecidas aclamaciones. También fueron muy aplaudidos Franco, Iori y Pardo, en papeles menos destacados, pero cubiertos con gran dignidad. Nuria Lorenzo y Pablo Carballido cubrieron con suficiencia sus roles. Hoy hay una segunda representación.