El mago Anthony Blake regresa al teatro Colón con un espectáculo diferente al anterior, "mucho más próximo y divertido". Capaz de penetrar en la mente de su público, el asturiano presentará el viernes a las 20.30 horas su Más allá de la imaginación, en el que sorprenderá a los espectadores adivinando lo que parece imposible. Blake niega poderes sobrenaturales, todo es "fijarse en los pequeños detalles". Pero como suele culminar en sus actuaciones: "Fue producto de su imaginación, no le den más vueltas".

-¿Se define mago de la mente o mentalista?

-Mago de la mente. Porque si uno pone la televisión por la noche, casi en cualquier cadena, se encuentra con un señor que dice ser mentalista y que sabe de tu vida, tus muertos y lo que sea. Personajes como Anne Germain me parecen vergonzosos, precisamente es en esta época de crisis cuando más se están aprovechando. La gente espera una palabra de esperanza. Lo que no hacen los políticos por nosotros, lo hacen los adivinos.

-¿Le enerva ver cómo tienen éxito videntes como Sandro Rey?

-No me enerva, me parto de risa con ellos. ¡El tío no da una! Y cuando se equivoca, le contesta: 'Pues será que no te acuerdas, ¡siguiente llamada!' (risas). Me parece patético. Así que diría que soy mago de mente.

-¿En qué consiste?

-Lo primero de todo porque, más que mago, soy ilusionista. Soy creador de ilusiones. Parece que lo que hago es de verdad, pero simplemente lo parece. Como el mago hace cambiar la carta de color, yo hago magia con los pensamientos del público. Eso es lo realmente entretenido y lo difícil de explicar y entender. Digamos que es la más intelectual de las especialidades de la magia, porque no hay objetos materiales, son pensamientos.

-¿Hay algo de sobrenatural en sus espectáculos?

-Nada. No tengo poderes paranormales. Simplemente necesito concentración y atención por parte de la gente. Utilizo dos armas que la gente normalmente olvida. Una es la comunicación no verbal. En el proceso de la comunicación humana, el 7% es la palabra, y con eso puedes mentir. Pero el 26% es la expresión facial y el 63% restante es la actitud corporal, y ahí es casi imposible. Tú cuando llegas a una reunión y ves que el tipo con el que vas a hablar está con los brazos cruzados es malo. Es algo que se aprecia de manera intuitiva.

-¿Cuál es la segunda herramienta que usa?

-La otra es la programación neurolingüística, que en el fondo es hablar o escribir bien. Piense lo que ocurre en dos periódicos de diferentes tendencias, la misma noticia por un periodista de izquierdas o de derechas es totalmente diferente. Los dos estuvieron en la rueda de prensa, pero cada uno utiliza las palabras de una forma diferente para orientar sus intenciones. Yo la utiliza para llevar al público a donde a mí me interesa que vayan. En un rango de movimientos muy amplio, pero yo los tengo que dirigir.

-¿La improvisación es otra de las piezas clave?

-La base es el jazz, es una especie de jam session. A una melodía se van sumando los músicos en la que cada uno interpreta como cree, pero ninguno de ellos se sale de lo que está marcado en el compás. Dependiendo de cómo el público va reaccionando en los primeros minutos, el espectáculo puede ir por un lado o por otro. Si se hiciese en dos días seguidos, lo más probable es que fuesen totalmente diferentes uno de otro. Puede haber cuatro posibles vías con cuatro posibles finales.

-¿Cuándo cometió su último error en una función?

-El último que tuve fue hace unos 28 o 29 años, y fue, fundamentalmente, por falta de preparación o estudio en ese momento. Desde que me he metido en esta historia, no he consentido que ninguno de los números que yo hago tengan menos de ochenta o cien horas de preparación. El público cuando va a verte quiere un buen espectáculo, no les puedes defraudar. Es una época en la que la gente debe salir del teatro sin pensar lo que pagó en la entrada.