El actor Santiago Rodríguez (Málaga, 1965) recorre los escenarios con su monólogo Como en la casa de uno... en ningún sitio, que ironiza sobre nuestras visiones del extranjero y los viajes.

-¿Cómo surgió la idea de hacer este monólogo sobre viajar?

-Un poco de la idea de hacer un monólogo con un tema común. Muchas veces tienes varios monólogos dispares y buscas una excusa para juntarlos en una función...

-¿Ah, sí?

-No te rías porque es así, ¡y yo el primero! (ríe) Pues me dije, voy a ser coherente y honrado y hacer un monólogo con un hilo conductor real. En este caso, una vuelta al mundo contada desde dos perspectivas contrapuestas: el que piensa que lo suyo el lo mejor del mundo, y al que le gusta todo lo de fuera.

-Las dos posturas extremas.

-Es que las dos existen. Se ve hasta en el fútbol, que igual tienes un chaval maravilloso en la cantera y a la gente pidiendo, ¡el extranjero, el extranjero! Y luego, el extranjero es una papa.

-¿Y el punto medio?

-Ya lo decía Shakespeare, en el término medio está la virtud. Y es una cosa que es evidente pero de la que nos olvidamos. Y también te digo una cosa, yo cada vez veo a la gente más en los extremos, muy enervada, con más agresividad. Hay que relajarse un poquito.

-¿Y se puede hacer con el arte?

-Es un poco lo que muestro con este monólogo. Al final acabo haciendo una reflexión, acerca de que los rencores, envidias y odios son algo que se habrá inventado algún poderoso. Y tenemos muchas cosas más que nos unen que las que nos separan. Un esquimal y un zulú seguro que tienen mil cosas en común.

-¿Y cuál es la solución?

-Es tan simple como ponerse en el lugar del otro. Así la vida es más fácil. Pero es que hasta se ve en las cosas más simples. Fíjate que puedes decir '¿me entiendes?' o 'no sé si me explico'. En el primero de los casos estás diciendo que igual tienes un problema de comunicación, en el segundo insultas.

-Cambiando de tercio. Usted empezó estudiando Derecho, antes de dedicarse al humor...

-Bueno, ahí quiero hacerte una puntualización. Yo estuve matriculado muchos años en la facultad de Derecho, de ahí a que estudiara (ríe).

-¿Cómo fue explicarle a sus padres que lo dejaba para dedicarse al espectáculo?

-Bueno, creo que ese fue uno de los chistes más malos que he podido contar, sobre todo por a quién se lo estaba contando. En su tiempo se lo tomaron mal, pero con el tiempo me han reconocido que fui acertado. A mí lo que me hace feliz es hacer monólogos, no pensar lo que pude haber hecho como abogado.

-Cuando empezó había pocos monólogos, ahora proliferan.

-Antes ibas a tientas, no sabías por dónde ibas, no había internet, canales digitales en los que vieras a gente haciendo monólogo del extranjero... Pero ahora hay monologuistas como champiñones. Y, como dicen en mi tierra, tan mala es la falta como la sobra.

-¿No le parece bien?

-A ver, ahora hay mucha gente maravillosa, y luego, algunos a los que dan ganas de decirles 'compañero, mejor ponte a hacer muebles de cocina'.

-¿Eso va en detrimento del humor español?

-El problema es que fastidia los demás. Queman públicos, queman circuitos, tiran precios...

-El monólogo es una alternativa barata, con la crisis.

-Sin duda. Pero no eres profesional por lo que cobres, sino por el respeto que tengas al público.

-¿El frutero (7 Vidas

-Fundamentalmente del guión. Le pasaba como a la mujer de Roger Rabbit, no era malo, pero lo habían dibujado así. Pero fíjate que decía burradas de la inmigración y la homosexualidad y a la gente le caía bien. Porque entendía que era una ridiculización de un tipo de persona que existe, desgraciadamente.