José Sacristán (Chinchón, 1937) es uno de los actores españoles en activo más veteranos, bregado en teatro, cine y televisión. Hoy se sube a los escenarios coruñeses con el recital Caminando con Antonio Machado, en el que, caracterizado como el poeta, lee parte de su obra con acompañamiento musical. En el centro sociocultural Ágora a las 21.00 horas.

-¿Cuándo fue la primera vez que leyó a Machado, cuándo lo descubrió?

-Buf, hace ya algún tiempo. A don Antonio lo leí, antes de que circulara con facilidad, en lecturas clandestinas.

-¿Siempre lo llama don Antonio?

-Sí, para mí es un título... No un título nobiliario, pero le pongo don para manifestarle deferencia. Como a un maestro.

-¿Cómo nació la idea de crear este espectáculo?

-Hace un tiempo me llamó una empresa con la propuesta de combinar una lectura mía de los versos de Machado, con una pequeña dramatización, y el piano de Judith Jáuregui. Luego surgió la idea de hacer una narración, con una vuelva a la infancia del poeta, a partir de su último escrito. Lo encontró su hermano José en el bolsillo de don Antonio, una vez muerto este, y dice 'en estos días azules y este sol de infancia'.

-¿Cómo construye esa narración, cronológicamente?

-No, no cronológicamente. He intentando hacer una cronología al revés, pero no es perfecta por conveniencias de la línea argumental. A partir del poema construimos un viaje en el que echa a andar desde la localidad francesa de Coillure, donde murió, hasta su Sevilla natal. Yo me subo al escenario con una silla, un gabán, un sombrero, unas gafas y una garrocha, en imitación de Machado, y hemos sustituido el piano por el chelo de Aurora Martínez. El chelo tiene un sonido más próximo a la voz humana.

-Hay temas de varios países. ¿Es Machado internacional?

-La música ha sido decidida primero por Judith y luego por Aurora, aunque hablando conmigo, claro. La idea fue elegir algo que no sea simplemente un fondo musical sino que siga la historia, la acompañe.

-El último poema es el conocido Caminante no hay camino

-Hay una declaración de principios implementada en el poema: el camino somos nosotros.

-Siendo usted de Chinchón, ¿se centra más en la etapa del poeta en Castilla?

-No, en la obra está todo él y sus diversas facetas. La etapa de Soria es muy importante, por la figura de Leonor y su trágico desenlace [la esposa del poeta murió de tuberculosis en la localidad castellana].

-¿También su faceta de maestro, de ilustrador?

-Siempre que voy a Soria hago un peregrinaje al aula donde dio clase, que se conserva. No es solo ser un maestro, es una forma de enseñanza, desde la proximidad.

-¿Usted siente ese deseo de retorno a la infancia?

-Este es un consejo que te doy, que eres joven: no pierdas de vista la infancia de ninguna manera. Es algo que pienso desde hace muchos años. Hay que tener mucho cuidado de que no se nos vaya el niño que se fue, y no perder el respeto de ese niño. Y esa también es una idea que sale en la poesía de Machado, con el caballito de cartón.

-¿Por qué?

-Porque vivimos hasta los siete u ocho años. Y a partir de ahí, sobrevivimos. Pero esos primeros momentos son irrepetibles, y, para mí, de mucha importancia.

-¿Fue en la infancia en la que descubrió la actuación?

-Fui al cine, por primera vez, con seis o siete años. Y en aquel entonces yo no sabía lo que era un actor, creía que el indio era un indio que se moría de verdad. Pero ahí estaba la necesidad de jugar, de multiplicidad, de ser indio, mosquetero, bombero. Ya en Altamira, al pintor rupestre le dirían, si ya hay un mamut, ¿para qué lo pintas?

-¿También en el espectador?

-Los actores oficiamos la ceremonia, pero la gente hace el rito de ir a comulgar y verlo. Y sabe que es mentira lo que ve, pero sabiéndolo igualmente llora, se inquieta.

-Usted se crio en la posguerra. ¿Ayudaba el mundo fantástico del celuloide?

-Te puedes imaginar lo que significaba en esa España de los años 40 que ahora se nos hace imposible de pensar, que te dieran una moneda para ir al cine, cuando la había. Al margen de cuál fuese la película. En nuestra generación hemos sobrevivido gracias al cine. Pero estamos hablando del cine, y mira que la obra es de teatro.

-¿Cuáles fueron las claves para encarnar a Machado?

-No hay claves, más que llegar desde la humildad. No la falsa humildad, pero sí la humildad. A la hora de encarar a don Antonio pienso en gente que he conocido, en Saramago, en Fernando Fernán Gómez, gente que eran gente. En cómo encararlos a ellos.

-¿Qué idea de Machado que quería encarnar?

-La idea de un hombre próximo, para el que la mejor forma de enseñar es hablar al oído, que vivió un tiempo trágico, doloroso, y también otro tipo de momentos, claro. Yo me considero un decidor de versos, no un recitador.

-¿Cuál es la diferencia entre decir y recitar?

-Quizás tengo un prejuicio con determinadas escuelas, pero por recitar, declamar, tengo algo engolado, ampuloso. En el caso de Machado, hay que despegarse de ello.

-¿Le gusta más el teatro por la proximidad con el público?

-No, lo que me importa no es tanto el medio como una buena historia, un buen personaje, unos buenos compañeros de viaje. No soy de los que ponen al medio ante todo.

-¿Hasta cuándo seguirá actuando?

-Seguiré mientras me siga divirtiendo. Volvemos al juego que hablábamos antes, yo sigo jugando, y mientras me siga divirtiendo y a la gente le interese, venga a verme, la haga reír, seguiré. Si no, pues no. A estas alturas puedo hacer un cálculo de probabilidades y parece que no va a pasar.

-A estas alturas ya puede elegir los proyectos y decir que no...

-Sí, hace ya tiempo.

-¿Tiene normas para aceptar unas cosas y no otras?

-No, normas no. Bien, no participaría en una historia en la que se defiendan principios con los que no estoy de acuerdo. Y no quiero caer en el patetismo. Tengo un sentido enfermizo del ridículo.

-¿Qué sería el patetismo?

-Algunos lifting morales, actitudes, un fingir que los años no pasan, por alguno de los miembros de este oficio, eso es el patetismo.

-Quizás precisamente para ocultar la vergüenza de la edad...

-(Ríe). Puede ser. Yo ya ni me lo planteo.