A lo largo de la vida de la Sinfónica, se han producido varias sustituciones. Y, en la mayor parte de los casos, el sustituto ha hecho olvidar al sustituido. Por citar un solo ejemplo: el director de la OSG, Dima Slobodeniouk, vino por primera vez a La Coruña para reemplazar a un veterano maestro y se ganó la tutularidad. En este caso, no sabemos cómo habría tocado el pianista Kirill Gerstein; pero hemos podido comprobar la altísima calidad del sustituto, Nikolai Demidenko, a quien ya habíamos oído en el Festival Mozart del año 2008 y ya entonces deseábamos que volviese cuanto antes. Su versión del concierto de Prokofiev (con dos cadencias de longitud y dificultad desmesuradas) fue soberbia. Pero el artista ruso no sólo es capaz de resolver sus tremendas complejidades y de traducir el piano percutido que exigen muchos compositores del siglo XX, porque en el bis -un Nocturno, de Chopin- la sala lo escuchó suspensa, expectante y, al finalizar, se produjo ese mágico silencio con que el público parece retener por unos instantes más la belleza sonora. Y otro tanto sucedió tras la admirable versión de la Incompleta. Juroski la cuidó en sus menores detalles (por ejemplo, los sutiles sforzandi que indicó una y otra vez) y al final, visiblemente satisfecho, envió un beso hacia la orquesta, que estuvo en uno de sus momentos verdaderamente grandes. La partitura de Parra no gustó al público, que la aplaudió con su habitual discreta cortesía.