Joan Font lleva siendo el director de escena Comediants desde sus orígenes, en 1971, organizando la ceremonia de las Olimpiadas barcelonesas del 92 y diversas Exposiciones Universales. Ahora dirige la ópera de Mozart La flauta mágica, que se representó el jueves y repite el sábado en el Palacio de la Ópera a las 20.00 horas.

-¿De qué se ha encargado?

-De la creación del proyecto. Haces la lectura de La Flauta Mágica, de cómo te gustaría contarla, la escuchas, intentas crearla, buscas el equipo e hilvanas lo que te has propuesto. Es importante que lo que te has propuesto mentalmente ligue mediante la música.

-¿Qué le gusta de esta ópera?

-Permite poder ofrecer jóvenes cantantes. Tamino, Pamila, Saraso, Papageno, tienen que ser gente experta. Pero están las tres damas, los niños, sacerdotes? Te permite ser escuela de ópera. Tiene tres tipos de música muy diferentes: una romántica; una popular, de Papageno, que la conoce todo el mundo y es un hit; y la música sacra, masónica, que combinan perfectamente.

-¿Cómo es su lectura?

-Hay varias miradas. Hay un viaje iniciático; el protagonista pierde la espada y las flechas, el metal, es un símbolo masónico, está la serpiente que le ataca, que es símbolo que da miedo y al mismo tiempo te atrae? En mi versión recupero la dimensión de cuento. Los autores querían acercar la masonería a la gente, al pueblo, contarles la simbología. La flauta mágica juega a la distorsión de las realidades: para Tamino es una y para Papageno es otra [ambos son coprotagonistas de la ópera, el primero, un príncipe y el segundo, un hombre-pájaro]. Pero los dos llegan al final. Y el texto es terrible para las mujeres, hay un momento que es muy misógino, pero al final, Pamina es la primera mujer en romper el círculo masculino de toda la obra.

-Eso no pasaba en la logia.

-Era imposible. En cambio Mozart abre una puerta a la esperanza. Es de la época, actúa como la época, pero en los últimos quince segundos, y en mi versión queda clarísimo, es una obra también sobre la igualdad de oportunidades. No sé ya si cobrarían lo mismo (ríe).

-¿Es una obra muy jugosa para jugar con la riqueza de trajes y escenarios?

-Es una gozada. Yo soy muy amante de los libros como objeto. Mi familia es muy humilde, pero tenía libros de estos con pestañas, con gafas, que se abrían y salía la casa de Hansel y Gretel? Estas cosas siempre me han gustado. El cambio de escenografía da juego a inventar, que sea una gozada visual. Y es todo muy sencillo, muy artesanal.

-¿Es todo analógico, vaya?

-El analógico llevado hasta las últimas consecuencias. La nube se mueve pero hay cuatro tíos abajo que la llevan. Me he inspirado mucho en las guirnaldas. La base del vestuario, la escenografía, es que todo es como un desplegable.

-¿Cuál es el futuro de la ópera?

-Hay que hacer nuevas. Pero en la ópera, donde la música es el elemento principal que sostiene el género, más que el texto, no hemos encontrado todavía el compositor musical. Y en cambio, hay grandes musicales y grandes bandas sonoras de películas. Yo quiero hacer una ópera para niños en la que les cuente lo que es un Ipad. Tenemos la obligación de que los niños vean una ópera que les llegue a ellos. Que hable del divorcio, de homosexualidad, de drogas para los jóvenes?

-¿Qué hay que cambiar?

-Se tiene que renovar, en el mejor sentido de la palabra. Y eso quiere decir tener los clásicos, como en teatro, donde no se ha dejado de hacer a Shakespeare. Si no haces lo que te corresponde en tu tiempo te quedas solamente con lo clásico. Que no deja de ser un museo animado. Que los músicos entiendan que hay que acercarse de verdad. No hacer tu parida, tiene que ser inteligible para público y cantantes, no hacer la obra solamente por técnica.

-¿Comediants sobreviviría a su jubilación?

-Es complicado. Comediants no está subvencionado. Y creo que tendría que serlo, porque hemos sido una bandera de España y Cataluña por todo el mundo. Pero somos un barco grande. Estas dimensiones en este país se acabaron: no hay dinero, la cultura se ha ido olvidando.

-¿Pasa por un bache?

-Yo creo que estas historias son cíclicas. Puedes hacer un monólogo genial, pero la emoción de la ópera no se puede equiparar. Hay una orquesta, cuarenta o sesenta tíos a la vez, en directo, un coro, cantantes. Y las Olimpiadas de Barcelona funcionaron, son referencia en todo el mundo. En este país somos grandes creadores, pero la cultura siempre ha sido una cosa que molesta. Un Estado del Bienestar tiene mucho respeto a que no se pierdan las cadenas de transmisión de experiencias, cultura, historia?

-En los 60 y 70 nacieron Joglars, La Fura dels Baus, Comediants. ¿Mueren ahora?

-En cierta manera sí. Todo tiene que morir, y muere como ciclo, y está generando otras maneras de crear. Que las nuevas maneras se generen, pero que las cosas buenas de lo antiguo permanezcan. ¿Qué problema hay con estar con una tostada con ajo y un buen vaso de vino delante del ordenador? Esto hay que potenciarlo en la cultura, la música... Y en los planes de estudio, todo lo contrario: nada de música, danza, pintura, teatro? En cambio los finlandeses no hacen matemáticas ni escritura, hacen danza. Y funciona. Crean, despiertan la mente en la creación, la comunicación.

-¿Qué aportan entonces la danza y la música?

-Primero, emoción. Segundo, convivir en comunidad, el ser humano es gregario y no quiere estar aislado, va al fútbol para sentirse partícipe de algo más. Pero si lo hicieran a través del teatro, de la música, de los libros, la sociedad respiraría mejor. Nosotros hacemos de catalizadores de una sensibilidad y de abrir puertas y ventanas al ser humano. Sin ninguna pretensión.