David Summers (Madrid, 1964) lleva siendo el vocalista, bajista y compositor de Hombres G desde la fundación del grupo, en 1983. El sábado 4 de julio, ofrece un concierto en el Coliseum a las 22.30 horas como parte de la gira del 30 aniversario de su primer disco.

-¿Qué es lo mejor de Hombres G, la letra, la melodía, la interpretación...?

-(Ríe) No lo sé, tío. Creo que lo mejor que tenemos son nuestras canciones. No somos grandes virtuosos, pero siempre hemos tenido la inteligencia de ponernos todos al servicio de hacer una canción muy bonita. Hemos acumulado un montón de canciones muy bonitas y eso es nuestro gran patrimonio.

-¿Cuál fue el mejor momento en cuanto a creatividad?

-No sabría decirte. Yo añoro los primeros años, desde el 83 al 89. También era muy joven y tenía otra capacidad, mucha más actividad cerebral, digamos. Revisando letras que escribía en esos años casi me siento incapaz de hacer letras con tanta chispa. Ahora intento hacer lo mismo, lo que pasa es que con cincuenta y un años no estás en la misma onda que con veinte.

-¿Se hace difícil cantar las letras de aquella época?

-No, no te creas. Llega un momento en el que las canciones ya no hablan de ti. La gente las hace suyas. Aunque ponemos mucho de nosotros mismos en las letras, las regalamos para que la gente las haga suyas. Ya ni siquiera pienso en por qué escribí esa canción ni a quién iba dirigida. La canto para que el público la disfrute y ya está.

-¿La música se ha convertido en un trabajo?

-No, al revés. Siempre me he sentido muy agradecido de que la vida me haya dado la oportunidad de vivir sin trabajar. Mi trabajo es lo que más feliz me hace. La felicidad encuentra en un trabajo que te haga feliz, mucho más que en el dinero, en el amor y en un montón de cosas que vienen y van. El día que esto sea como ir a la oficina, lo dejaré. Lo hago por ilusión.

-¿Hombres G sigue siendo un grupo de amigos?

-Sí, sí, seguimos siendo muy buenos amigos. Nos seguimos viendo muchísimo porque no paramos de trabajar, todas las semanas tenemos reuniones, promociones, conciertos o lo que sea. Pero luego cada uno tiene su familia, sus niños, sus colegios y sus coñazos (ríe).

-¿Echan de menos al fenómeno fan que vivieron en los 80?

-No se echa de menos porque seguimos teniendo un público muy apasionado, que en los conciertos, canta, baila... Aquello se escapaba de lo que estaba acostumbrado, era más un fenómeno sociológico, y un poco coñazo en ocasiones. Tampoco fue traumático, para nada. Al revés. Nos reímos muchísimo y lo pasamos muy bien. Y ahora nuestro público nos ve de otra manera, tras 30 años te miran con más admiración, más respeto, antes era más histeria y descontrol.

-¿Por qué tuvieron tantas seguidoras femeninas?

-No lo sé. No fuimos nunca un grupo como los que hacen ahora, de chavalitos guapitos. Éramos unos tíos de un barrio, nuestros ídolos eran los punkis y la nueva ola. Nadie nos dijo nunca lo que teníamos que hacer: siempre hicimos nuestra música, que para bien o para mal es responsabilidad totalmente nuestra. Nunca entendimos el fenómeno fan. De repente nos dimos cuenta de que resultábamos muy atractivos para las chicas, pero no lo teníamos planeado para nada.

-¿No es ese uno de los propósitos para montar un grupo?

-No, claro, que no? Hombre, no sé. Cualquiera que se sube a un escenario despierta cierta atracción, esa situación, estar cantando, luces de colores (ríe), yo qué sé. Hay una especie de atractivo que despiertan los artistas, y esa es la explicación por la que artistas que son feísimos como su puta madre ligan muchísimo (ríe).

-¿Cómo llevan la crisis?

-Capeando como podemos. Pero nos sentimos muy desprotegidos, todos los artistas, por el Gobierno, por la pasividad que ha habido desde hace muchos años atrás y que se haya abierto la puerta a destrozar el mercado discográfico. Yo no me puedo quejar, porque estar aquí después de 30 años y seguir estando en el top con chavales que tienen 20 y 25 dándole fuerte? Me siento un privilegiado. Creo que esta situación no debería estarse dando y si se da es por algo que se escapa a mi entendimiento.

-¿En algún momento tuvieron que decir no a alguien?

-No hizo falta. Tuvimos la inmensa suerte de grabar un disco con 20 años que pegó una hostia tremenda. Éramos unos niños y vendimos 700.000 discos. Eso nos dio poder inmediato. Nos vestíamos como nos daba la gana, nuestros discos no los oía la compañía hasta que no lo terminábamos de grabar. Pero de buen rollo, confiaban en lo que estábamos haciendo.

-Ciertos músicos clásicos creen que la madurez interpretativa tarda en llegar. ¿En su rama es al revés, hay una mayor fuerza a los veinte años y es más dificil mantenerse que despuntar?

-Exacto. A mí Serrat me dijo un día: 'Mira tío, la vida de un artista bueno es como un diente de sierra'. Los malos nunca suben, y algunos suben, bajan y no vuelven a subir. Y los buenos suben, bajan, suben, bajan? Cuando tienes 20 años y estás en la plenitud de tu juventud, tu energía, creatividad,, si tienes talento triunfas. Pero luego hay que luchar, que pasar el largo y tortuoso camino que decía McCartney. Y si tienes suerte, un día, cuando tienes ya muchos años y si sigues cantando, serás feliz, porque significará que has pasado todo ese camino y que ahora ya es el momento de disfrutar de la música y de todo lo que has vivido y plasmarlo. Creo que ese es el mejor final para un artista.