Con frecuencia, los aficionados a la música no pueden ocultar su asombro cuando escuchan conciertos inhabituales, con repertorios infrecuentes, tal como sucedió en el matinal del pasado domingo en el museo. En estas danzas preteridas que se interpretaron, hay tanta belleza y tanta calidad musical que parece inexplicable su caída en el olvido. Adrián Linares, violinista de la Sinfónica de Galicia, con su violín barroco, y Manuel Vilas, músico de amplia y premiada experiencia, con su arpa de dos órdenes, fueron los encargados de refrescar nuestra memoria con una sucesión de preciosas piezas bailables -populares unas, cortesanas otras-, tales como zarabandas, villanos, folías, canarios, chaconas y jácaras; todas ellas obras españolas recogidas por Antonio Martín y Coll, organista y compositor, en cuatro volúmenes, que contienen gran cantidad de piezas de música, anónimas en su gran mayoría. Con legítimo orgullo, habrá que revisar el tópico de que los españoles estamos bien dotados para las artes plásticas y mal para la música. Con tal finalidad, nada mejor que estos conciertos. El acto musical, glosado por los propios intérpretes, resultó muy del agrado del público, que aplaudió con generosidad y calor unas versiones signadas por la belleza de la música, pero también por la impecable ejecución de los dos artistas, cuyo mérito es aún mayor dado que utilizan instrumentos insólitos, de notable dificultad para tocar e incluso para afinar. Concedieron dos bises: un maravilloso fandango y la repetición de las folías de España.