El escritor José Ovejero (Madrid, 1958), realiza mañana a las 20.00 horas en el Museo de Arte Contemporáneo un encuentro con los lectores dentro del ciclo A libro abierto. Hablará de su última obra, Los ángeles feroces, una novela sobre personajes marginales en una urbe violenta.

-Es una novela con ambientación distópica, pero al tiempo no parece ciencia-ficción.

-Tiene un ambiente distópico, pero no sabemos muy bien en qué momento nos encontramos. Pero cuando uno entra en la novela se da cuenta de que no estoy inventando nada. Todo existe ya.

-No hay tampoco una ubicación concreta para la acción.

-La ciudad en la que se desarrolla es la mezcla de Madrid, México D.F., de muchas otras urbes. Sería una especie de modelo de ciudad moderna, con sus fracturas, marginaciones y violencia.

-En la obra predomina la sensación de anomia social, de individuos aislados sin estructuras familiares ni sociales.

-Somos cada vez más móviles, casi todos vivimos lejos de su familia, a menudo lejos de los amigos, nuestra forma de conexión principal son las redes sociales? Y hay una parte de la población que vive marginada, que no está realmente en el sistema, que lo que pretende, fundamentalmente, es sobrevivir. Como los personajes de la novela.

-Los personajes recuerdan a los clásicos del ciberpunk

-Pero sin todo el aparato tecnológico. Cuando empecé a escribir tenía una idea de ciencia-ficción, empecé a poner algunos aparatos que inventaba? Y me di cuenta de que me interesaba retratar una sociedad que reflejase lo que ya existe. La atmósfera del libro es ciberpunk, pero los detalles no.

-¿Para que la obra se más cruda y próxima a nosotros?

-Creo que sí. El narrador le dice al lector: estás entrando en un mundo como el tuyo. Te puede parecer ajeno, pero a lo mejor es porque no te fijas lo suficiente.

-Efectivamente, el narrador de la historia dialoga con el lector. ¿Por qué utiliza este recurso?

-Quería ser lo más libre posible y desdoblar al narrador. A veces es omnisciente, a veces confiesa que no está entendiendo lo que sucede, y a veces dialoga con el lector. Y le recuerda una y otra vez al lector: esto es ficción, pero tu mundo no lo es, y los dos están comunicados.

-También tiene capítulos contados en primera persona por personajes de la obra, en algunas ocasiones secundarios.

-Creo que responde a esa libertad, a invitar al lector a una especie de juego. Y tiene que ver con el mundo en el que vivimos muchos: en el de la simultaneidad. En el que puedes estar hablando contigo por teléfono y a la vez tecleando en Facebook con otra persona, como en dos realidades distintas, y esos dos yos que hablan son distintos. Quería reflejar esa multiplicidad.

-En la novela hay mucha violencia, incluso exagerando...

-Creo que no es una violencia exagerada. Vivimos en una sociedad violenta. Son a veces violencias casi invisibles, y sobre todo que no le afectan a la mayoría, pero aparece una y otra vez. La violencia en los desahucios, la violencia en las manifestaciones, la que supone la excluir a gente del sistema, la que genera esa marginación. Estamos rodeados de violencia pero cada vez nos habituamos más a no mirarla. Preferimos verla en la televisión, pero se está gestando todo el tiempo. Y en mi novela, la violencia explícita aflora muy pocas veces, pero está siempre ahí, como una amenaza continua, una tensión ambiental en la que creo que vivimos.

-También hay violencia de la policía. ¿Es una realidad en la España actual?

-Lo he visto. No en la televisión, donde a menudo cortan esas escenas, pero en imágenes de gente que pasaba por ahí con un móvil, he visto violencia arbitraria. Aparte de la que leemos en los periódicos con los inmigrantes, etcétera.

-En la novela dice al lector: "Los bárbaros son tus hijos".

-En la decadencia del Imperio Romano lo invaden desde el exterior. Nuestra debilidad tiene que ver con lo que estamos traspasando a nuestros hijos. Los estamos excluyendo del bienestar que ha disfrutado mi generación. Son ellos los que cada vez están más marginados, se ve en el índice de paro juvenil o los salarios miserables que reciben la mayoría de los jóvenes. Estamos generando bárbaros que se rebelen contra el sistema, bárbaros que vendrían desde dentro.

-Pero en la novela no parece haber una canalización positiva de esa rebeldía, para crear una sociedad mejor. ¿Es pesimista?

-No creo que sea pesimista; es huir de los falsos optimismos. En el discurso político hay en general una promesa de futuro y muy poco compromiso con el presente. Las grandes ideologías siempre han ofrecido un paraíso por el que hay que soportar injusticias y brutalidad. Las grandes movilizaciones de los últimos años han tenido lugar contra guerras concretas, contra recortes, no en aras de un mundo futuro imaginado sino defendiendo un presente digno. Mis personajes se acercan a esa rebelión de supervivencia, más que de grandes ideas.

-¿Hay diferencias entre la insatisfacción de esta crisis y las que vivió en los 70. 80 y 90?

-Sí. En esas anteriores existía fe en ideologías redentoras. El pacifismo, el movimiento hippie, movimientos de izquierda? Hoy casi nadie cree en esas cosas. No estoy seguro de que hayamos ido a peor; me parece que ese idealismo realista puede ser muy sano.

-La novela transmite la sensación de que la vida no tiene un sentido y que la narrativa la creamos nosotros. ¿Es necesaria para vivir?

-Una narrativa es siempre necesaria. Sin un mínimo de esperanza no nos moveríamos. Ahora yo acepto que esas narrativas son provisionales, son a lo que nos agarramos para irnos construyendo. Sigo viendo el valor de las narrativas, pero entendidas con ese mínimo escepticismo, ese saber que esto es lo que necesito ahora, pero que lo iré cambiando según voy avanzando.