Tierra del fuego es la obra de Mario Diament que esta tarde a las 20.30 horas protagoniza Alicia Borrachero en el Teatro Rosalía de Castro. Pero también es la historia de Yulie Cohen, una mujer israelí de la vida real que, 22 años después de sufrir un atentado del Frente Popular por la Liberación de Palestina y de perder a su mejor amiga en él, decide ir a la prisión de Londres para intentar comprender las razones del terrorista. Cohen, conocida como Yael en la obra, acabará firmando una carta de libertad para el responsable, planteando una reflexión sobre las consecuencias del odio y lo que ocurre si decidimos ponernos en la piel de otra persona.

-Tierra del fuego es una obra muy honda, que probablemente despierte muchas preguntas en el espectador, ¿cuáles serán?

-La obra simplemente plantea una posibilidad: ponerse en el lugar del otro, y eso hace que nos preguntemos muchas cosas. Por ejemplo, sobre el terrorista. No hay nada que pueda justificar la violencia, y en la obra eso queda muy claro, sin embargo, ¿cuál es la historia de ese señor? ¿Qué le ha pasado a él? Se empieza a ver que hay un círculo del que no se sale nunca, porque todo el mundo es víctima en cierto modo, pero también tiene algo de responsabilidad que asumir.

-Es una obra en la que usted interpreta a Yael, una mujer que va al encuentro del terrorista que la atacó. ¿Se puede decir que llega a perdonarlo?

-Esa es una cuestión complicada. Yael no va con la idea de perdonar, pero no está en paz y siente que tiene que sentarse delante de la persona que le hizo eso y preguntarle ¿por qué? Que luego de ahí surja el perdón me parecería algo hermoso, pero creo que esta obra apunta a algo mucho más pequeño: que tal vez haya esperanza de un cambio en el mundo si nos sentamos y escuchamos un poco más al otro.

-Ella siente que tiene que hablar con él, pero su círculo social no lo entiende.

-Efectivamente. Vemos cómo su marido, que siempre ha estado con ella en la lucha por la paz, le dice que no lo haga, que es algo peligroso. También Gueula, la madre de la amiga fallecida, rechaza la idea. Le pregunta: "¿Vas a ver a ese asesino que mató a mi hija porque sí?" Y Yael no le puede responder, porque no sabe a qué va.

-Cada uno tiene sus razones para comportarse como lo hace. Al final, ¿llegaremos a la misma conclusión que Yael?

-Creo que cada espectador llega a su propia conclusión. Lo que la obra propone es que el público haga un viaje a través de todos los personajes. ¿Por qué? Porque todos tienen razón. Eso es lo que nos dice el público, que están de parte de todos. No se justifica la violencia, pero al final surge la pregunta de ¿y qué? ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Seguimos matándonos, o probamos otro camino?

-La imagen del terrorista como víctima es extraña para la mayoría de nosotros, ¿cómo acoge el público esa nueva perspectiva?

-No es tanto su imagen como víctima, sino de su humanización. Hay un momento en el que se ve a la persona, y claro que es fuerte ver a un terrorista que ha matado hablando de su vida. Pero yo creo que el teatro no solo está ahí para entretener, sino también para despertarnos un poco.

-Es teatro comprometido, ¿cree que es más necesario ahora, con todo lo que está pasando?

-Yo creo que es necesario siempre, pero no solo este, sino todos los tipos de teatro. Mientras salgamos transformados, aunque sea un poco, después de ver una función, el teatro será útil, trate el tema que trate. Pero tiene que estar vivo y tener un sentido. Y por desgracia, hablar de la muerte y de las consecuencias del odio es algo que tiene sentido desde que el hombre es hombre.