Ramón Pernas presenta esta tarde a las 20.00 horas en El Corte Inglés de Ramón y Cajal su última novela, El libro de Jonás. La obra, en la que el escritor regresa al ya hábitat natural de sus personajes, Vilaponte, narra la vida de un hombre anónimo desde la niñez a la vejez, así como las consecuencias que tiene en ella el insistente recuerdo de Justo Pastor, el amigo de su infancia que un día decide marcharse para siempre.

-El libro de Jonás sucede en Vilaponte, su Viveiro natal, en el que ya había ambientado otras de sus novelas, ¿tiene también esa relación de amor odio con él, al igual que le ocurre al protagonista de su historia?

-No, eso es pura ficción, aunque Vilaponte sí es Viveiro. Es un lugar común a toda mi narrativa, un espacio literario similar al que tenía Juan Benet con Región, o el espacio que tenía Juan Rufo en sus novelas. Necesito tener una ubicación emocional en la narrativa, trasladar los olores, el paisaje y la luz a las páginas.

-Vilaponte, entonces, es real, ¿también lo es alguno de los personajes?

-Los personajes son verosímiles pero no reales. Son comunes a mi generación y a mi cultura literaria. Pueden ser jóvenes de cualquier pueblo de Europa o adultos de cualquier ciudad del mundo. Lo único que quiero es que sean creíbles y que sean gente normal, aunque a veces hagan cosas poco frecuentes, que no anormales, como hablar con los árboles o con los libros. Esa es una especie de locura cotidiana que tenemos todos los hombres.

-Dice que podría ser la vida de cualquiera, pero lo cierto es que es una historia con un toque un poco fantasioso.

-Porque soy deudor de una escuela gallega de la literatura del último siglo. Deudor de Álvaro Cunqueiro e incluso de Cela. Con estos eslabones literarios, sigo nutriendo la cadena que considero que forma parte de una escuela narrativa galaica, donde el realismo mágico es una constante.

-Se trata de una novela coral, con tres personajes femeninos realistas y tres personajes masculinos que viven en un mundo más onírico. ¿Fue una división intencionada

-La mujer como personaje equilibra siempre las locuras que cometemos los hombres. La mujer es el cerebro, el sentido común, la magia de todos los días y el sujeto amado. Mi novela es solamente una novela de amor. De amor crepuscular, adulto, desde el origen hasta casi el final, pero con cierto optimismo pese a todo, con una lectura amable de la realidad soñada.

-Una historia en la que se sabe el nombre de todos los personajes que intervienen en ella, salvo el del protagonista, ¿hay alguna razón para ello?

-La otredad. El protagonista es múltiple y plural, no está satisfecho con su forma de entender y contar el mundo, así que reivindica la otredad, ser el otro, permanentemente.

-Él es el personaje central, pero no se puede hablar de El libro de Jonás sin mencionar a su amigo, Justo Pastor. ¿Por qué el protagonista no es capaz de romper ese vínculo con él después de tantos años?

-Porque este es un libro sobre los afectos. Los afectos juveniles o infantiles, cuando se interrumpen por razones ajenas a las voluntades de las personas, se convierten en afectos inquebrantables, que duran toda una vida. Ese amigo de la infancia, con el que diseñaste el oficio de hombre, con el que pensabas qué harías y a dónde irías, supone un lazo que no se rompe nunca.

-Es una atadura que no solo experimenta él, sino también otros personajes, como las hermanas de Justo o Humberto. ¿Uno no puede encontrar la paz si no cierra las puertas que ha ido dejando abiertas en su camino?

-Sí. En esta novela cuento eso, cómo ha trascendido y cómo ha vivido una persona que tiene la fijación juvenil de ir a recuperar a su amigo, porque lo ha buscado durante toda su vida y nunca ha tenido una respuesta directa de él.

-Muchas de sus novelas, como Brumario, Hotel Paradiso y ahora El libro de Jonás, tienen un protagonista que, llegado a una edad avanzada, echa la vista atrás y rememora su vida. ¿Por qué esa recurrencia temática?

-Porque mis novelas crecen conmigo. Cada obra que escribo la adapto a la edad que tengo. Cuando yo tenía cuarenta años, el protagonista también los tenía. Lo que hago es ir escribiendo una novela única que entrego por fascículos cada dos o tres años.

-Dice que es una novela sobre el afecto, pero también es agridulce, llena de personas solitarias y melancólicas que buscan encontrarse de forma desesperada ¿trataba de mostrar el valor de la unidad?

-Por supuesto. Mis novelas son todas agridulces, porque la vida es agridulce. Es como abrir una persiana y ver si hace sol o si hace mal día. A partir de la mitad, la novela es un canto a una cierta belleza formal, a los libros y al amor que prevalece y que vence todo. A que el deseo y la pasión no envejecen, que solo envejece la piel.

-También es un canto a esa frase con las que se anuncia la novela, que dice que nunca es demasiado tarde para decirse Carpe Diem. En su libro es una premisa que se cumple pero, ¿cree que es cierto? ¿Uno nunca pierde el tren?

-El tren se pierde muchas veces, pero en ocasiones una lanzadera, un autobús o una carrera en taxi te lleva hasta la siguiente estación.

-Este libro se enmarca dentro de una trilogía, la trilogía de la ausencia, compuesta hasta ahora por esta obra y su novela anterior, Hotel Paradiso. Su último componente será El libro de los adioses, que está escribiendo actualmente. ¿Cómo será?

-Cuando estás escribiendo un libro, éste te va llevando a donde él quiere. El libro de los adioses todavía está muy en sus inicios. Tengo el título, y sé lo que quiero contar, pero aún no sé cómo lo voy a hacer.