El director cinematográfico Albert Serra cierra mañana el ciclo Cine español: Banda á parte con la presentación en el Centro Galego de Artes da Imaxe (CGAI) de su película más reciente, La muerte de Luis XIV, una obra sobre los últimos días del monarca francés. La visita del catalán, que ha traído sus filmes a A Coruña desde sus inicios, comenzará con la proyección del largometraje a las 20.30 horas, y estará seguida por un debate en el que el director charlará con el público.

-Se han dicho muchas cosas sobre su película: que es una metáfora de la muerte del cine, que representa la corrupción del siglo XVIII... ¿Hay algo de verdad en eso?

-La gente puede hacer la lectura que quiera, pero yo no estaba interesado en esas metáforas. En realidad mi objetivo fue simplemente retratar la agonía, mostrar cómo el hombre más poderoso del mundo se enfrenta a la muerte, donde el poder no le sirve para nada.

-Quería revivir el pasado en el presente.

-Sí, porque normalmente se suele dramatizar mucho. Tenemos una imagen muy cliché del pasado, y las películas se amoldan a eso en lugar de buscar la potencialidad que tiene los filmes que hablan de algo en tiempo presente, sin tener en cuenta ninguna idea preconcebida. En el caso de la muerte ocurre igual, es mucho más fría y clínica de lo que muestran las películas.

-¿Cómo se logra traer al presente una historia tan cerrada?

-Yo lo consigo a través de mi metodología de rodaje, basada en la performance y en que ninguno de los significados que se están haciendo estén en la mente de los personajes. Nunca hablo con los actores de los personajes, ni hago ensayos antes de rodar, por eso el filme desprende esa sensación de vivencia pura y no tanto de representación de un contenido previamente consensuado.

-El proyecto nació con Jean-Pierre Léaud, así que su elección como protagonista fue algo indiscutible, pero ¿por qué decidió que hubiese más actores profesionales, cuando no suele trabajar con ellos?

-No lo decidí yo, la verdad. Esto es una coproducción francesa, y en Francia hay otra forma de funcionar, todo es más burgués. Teníamos que pasar por ese aro, pero me sirvió para darme cuenta de que trabajar con actores profesionales es lo mismo. Mi sistema es tan abrasivo que no hay metal que se le resista, y mucho menos esa plastilina floja de la que están hechos los actores.

-A Jean-Pierre lo descolocó con las tres cámaras.

-Descolocarlo no fue intencionado, porque siempre he rodado con tres cámaras, pero fue una dinámica que ayudó a su manera de interpretar.

-Ayudó y funcionó. Es un filme premiado y calificado como uno de los más accesibles de su carrera. Sin embargo, dijo que le avergonzaba que le gustase a la gente.

-Me avergüenza que le gustase a tanta gente y, sobre todo, que no hubiera nadie al que le disgustase.

-¿Por qué?

-Porque siempre es divertido molestar un poco, que haya un poco más de controversia y no tanto consenso y unanimidad. En este caso, el éxito se correspondió con la propia modestia de la propuesta, que es bastante simple y no tiene mucha ambición. Pero el éxito no dice nada a favor de una película. Es más, en general dice algo en contra, porque la gente suele ser bastante estúpida.

-Sostiene entonces que no le importa lo que piensen los demás, ¿los premios significan algo para usted?

-Yo tengo una especie de esquizofrenia, soy director y productor de la película al mismo tiempo. Como director, me permito el lujo de que no me importe nada lo que piense la gente o incluso rechazar su opinión por ignorante. Pero al mismo tiempo, mi dualidad hace que como productor sí que me interesa, porque conviene a la película y va a permitir que otras obras maestras puedan hacerse en el futuro.

-En ese futuro está I am an artist, su próxima película, con la que dijo que la gente volvería a odiarle.

-Esta película era accesible, pero la próxima es más ambiciosa. Tiene muchos elementos difíciles de entender, y eso siempre genera una sensación de rechazo.