Como homenaje, ¿qué es más meritorio: el respetuoso silencio o el emotivo aplauso? Creo que han sido dos manifestaciones igualmente valiosas. Antes de comenzar el concierto, el gerente de la Sinfónica pronunció unas palabras en recuerdo de Alberto Zedda; y solicitó del público un minuto de silencio. Y este público, que siempre supo corresponder al afecto y la estima que por él tuvo el gran músico italiano, se puso en pie, guardó los sesenta segundos de mutismo de modo ejemplar y después prorrumpió en una impresionante y larguísima ovación. El próximo acto musical de la OSG incluye el Réquiem, de Fauré, y se dedicará a la memoria del inolvidable maestro Zedda. Ignoro si su espíritu nos acompañó en esta velada musical; lo cierto es que resultó maravillosa. El joven violinista Jackiw realizó una versión bellísima del concierto de Prokofiev, poniendo de relieve sus aspectos más líricos; en especial, en el admirable segundo tiempo. Por la delicadeza obtenida mediante un refinado fraseo y un sutilísimo juego dinámico, y por la belleza del sonido (amplia gama de color, a veces, incluso aflautado) obtenido de un instrumento excepcional: Vincenzo Ruggieri, 1704. El público le dedicó grandes aplausos a los que correspondió Stefan con una asombrosa interpretación del tercer tiempo, Largo, perteneciente a la Sonata nº 3, en Do mayor, BWV 1005, de J.S. Bach. Orquesta y director, en estado de gracia, regularon el volumen a la perfección para permitir la escucha de las tenues sonoridades del solista. Y dos versiones espectaculares: la obertura de Berlioz y la Segunda, de Scriabin. Ésta última podríamos ponerla junto a aquella inolvidable versión de Svetlanov con la Orquesta Nacional de la URSS que nos había dejado estupefactos en el Teatro Colón un 17 de Marzo de 1988; hace casi exactamente 29 años. Tuvo lugar dentro del tercer Ciclo de Grandes Orquestas.