Que la felicidad es un estado mental es algo de lo que Rafael Santandreu está seguro. El psicólogo catalán, autor superventas de libros como El arte de no amargarse la vida, pavimenta de nuevo el camino hacia la salud mental y emocional con su última obra, Ser feliz en Alaska. Mentes fuertes contra viento y marea, que presentó ayer en la librería Lume. En ella, y a través de un método de tres pasos basado en la psicología cognitiva, el escritor vuelve a apostar firmemente por nuestra capacidad para ser felices, sea cual sea, dice, la situación en la que nos encontremos.

- Ser feliz en Alaska parte de una premisa clara: que "se puede ser feliz incluso en el vertedero". ¿Cómo?

-Dándonos cuenta de que no nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede. Y que en realidad, una vez cubiertas las necesidades básicas, que son el agua y la comida del día, ya puedes ser feliz de cualquier manera. En toda situación hay cosas valiosas para apreciar. Si tú activas esa apreciación, estarás de coña, y si no lo haces, pues estarás mal. En ese sentido, en términos de felicidad es lo mismo estar en la oficina trabajando doce horas que en Formentera tomándote un daiquiri.

- ¿Va más allá de ser positivo?

-Sí. La psicología cognitiva no es psicología positiva, sino realista. Eso significa que tienes problemas en la vida, pero la diferencia es que te das cuenta de que no son relevantes. Ser realista es decir que puedes ser totalmente feliz aunque tengas una gran enfermedad. ¿Por qué? Porque hay miles de personas que lo son, y no son extraterrestres.

- Eso lo ilustra en el libro a través de varios ejemplos, entre ellos el de Stephen Hawking.

-Sí, creo que es un modelo fantástico. En nuestra sociedad debemos cambiar los modelos que tenemos. Por ejemplo, tenemos de modelo a Rafa Nadal. Nadal a mí me cae bien, pero no es modelo de nada. Es más bien una persona autista, como todos los grandes deportistas. Personas capaces de estar 8 horas dándole a un balón. En cambio Stephen Hawking sí que me parece un buen modelo, porque es una persona que demuestra que, con muy mala salud, se puede ser muy feliz. Los deportistas son antimodelos, personas que se exigen locamente, por unos logros absurdos. Rafa Nadal me parece un friki.

- Habla de ser feliz sin salud. Eso se encuentra dentro del segundo paso de su método, la renuncia, que aplica incluso a la vida, ¿es el paso más duro?

-No. Al final te va a tocar hacerlo, y además, si te das cuenta de que no eres en absoluto importante, es fácil hacerlo.

- ¿No somos importantes?

No. Somos como los caracoles. Ellos no son nada importantes pero, por otro lado, para un biólogo un caracol es una maravilla de la naturaleza. Y se da la paradoja de que al ser humano le sucede lo mismo. Es maravilloso como creación, pero tiene una importancia absurda. Así que si cae un meteorito y revienta todo, no hay ningún problema porque no tenemos importancia, pero por otro lado puedes gozar de la maravilla de estar rodeado de personas.

- ¿Y por qué tenemos cada vez más patologías?

-Por creernos importantes y por la exigencia. A la sociedad consumista le interesan personas hiperexigentes, consumistas y estresadas. Y por eso estamos mal, porque nos lo creemos. Actualmente hay cuatro becerros de oro: la belleza, la inteligencia, la eficacia y la comodidad. Habría que romperlos frente a la única cualidad que importa: nuestra capacidad de amar la vida y a los otros.

- Esa es la actitud que aconseja pero, ¿ve posible que todos seamos así en el futuro?

-No, en absoluto. Veo un futuro en el que reventaremos la tierra con todos dentro.

- ¿Por qué este libro entonces?

-Porque no podemos salvarnos como grupo, pero sí individualmente. Como grupo nos comportamos de una manera mucho más irracional que como individuos, entonces no hay remedio, pero eso tampoco nos tiene que preocupar, porque algún día se tiene que acabar esto del planeta. Tenemos cierta obsesión con que las cosas no acaben nunca, y eso es malísimo. Es como las fiestas. Imagínate una fiesta que no tuviera final. Qué agobio, a mí no me invites. El planeta ha de reventar, claro que sí.