El Kit Kat Klub, aquel local del siglo XX en el que se maquillaban todos los problemas, abre sus puertas por unos días en A Coruña. A lo largo de siete sesiones, que comenzarán este jueves a las 21.00 horas y terminarán el domingo a las 20.30 horas, Cabaret, el musical dirigido por Jaime Azpilicueta, convertirá el Teatro Colón en el Berlín de 1931; una ciudad dispuesta a eludir, a través de la risa y el baile constante, la tragedia nazi que pronto colapsaría Alemania. Como parte de una gira que dura ya dos años, personajes como Sally Bowles, Clifford Bradshaw y El Maestro de Ceremonias, regresarán de nuevo a la conocida historia que nació con el relato de Christopher Isherwood, y que retrata, entre el humor y el llanto, ese periodo de tensión creciente cuyo desenlace pocos pudieron anticipar.

"Hasta que no somos protagonistas de la represión, hasta que no nos toca políticamente, no vemos la realidad", explica Azpilicueta. "Es algo que ocurría en el Franquismo, y que también sucede en el prenazismo de Cabaret. Muchos judíos pensaban que no les iba a pasar nada, porque habían nacido allí, pero no sabían que ser alemán significaba ser nazi. Este musical cuenta eso", añade.

Esta tragedia, inevitable en el relato, es sin embargo relegada a un segundo plano en la versión realizada por el director donostiarra. Azpilicueta, que ya había participado en la producción del show realizado en España en el 2003, decidió afrontar el proyecto desde un punto de vista más brillante, dejando que el público vea "una máscara" y se limite a intuir "el drama que ocurre por dentro".

Para ello, empezó por reformar la lente con la que se enfoca el Kit Kat Klub: "La gente iba allí para evadirse, no podía ser una casa de prostitutas. El espectador debía ver un espectáculo lleno de color, que no fuera sórdido. Ese es el gran cambio de esta producción", explica, asegurando que su versión "recoge toda la esencia" de la dirigida por Harold Prince en 1966.

Y no solo la recoge, sino que la enriquece. El director de Cabaret, que define esta adaptación como la mejor que se ha hecho hasta la fecha, ha integrado en la historia "una gran producción", para la que solo tiene halagos. "Nos suelen dar la mitad de lo que pedimos, pero esta vez han confiado en mí", dice, cuando se le pregunta por aspectos como el vestuario hecho a mano o la coreografía creada exclusivamente para la función. "La estética está muy por encima de la realizada en los 60", afirma.

El propósito de todo ese trabajo, según señala, es contribuir a la fiesta del Kit Kat Klub, un local que siempre ha "imaginado como un sótano", en cuyo piso superior sucede todo lo terrible que nos negamos a ver. Al salir, el espectador tendrá que enfrentarse inevitablemente a ese drama, pero antes Azpilicueta asegura grandes momentos de diversión: "Es un espectáculo grato, aunque luego se descubra la opresión prenazista que encontrabas al salir del club", comenta.

Aunque partir de la fiesta y chocar con la realidad ha provocado que más de uno haya "acabado llorando en su asiento", también es un paso necesario. Para Azpilicueta, es precisamente lo que convierte Cabaret en una historia humana y, en gran medida, en una advertencia. " Cabaret es más que un musical, es un recordatorio. El retrato de un momento que, esperemos, nunca se vuelva a repetir", apunta.