Debo pedir disculpas a mis lectores habituales (Dios les conceda larga vida) por una crítica menos amplia y precisa de lo habitual. Ello se debe a que, a causa de una gran demanda de localidades, hube de trepar hasta las más elevadas eminencias del Palacio de la Ópera para escuchar desde allí el concierto. La zona tiene un nombre muy hermoso - Paraíso-, aunque también recibe el de Galería, que tampoco está mal, sobre todo en esta ciudad; e incluso es conocida como Cazuela, denominación ya menos agradable. De todos modos, me hubiera parecido lugar más apropiado para escuchar a nuestra Sinfónica cuando López Cobos dirigió la Sinfonía Alpina, de R. Strauss. Pero reconozco que otear (no tanto, escuchar) desde las alturas también tiene su encanto. Eso hacía, desde la torre de la Catedral de Oviedo, el canónigo magistral don Fermín de Pas, en La Regenta, y sentía crecer en su interior la autoestima. Otra cosa es si este lugar del Palacio de la Ópera (sala de conciertos que descalificaron por su acústica los maestros Jesús López Cobos y Dima Slobodeniouk) permite realizar una crítica musical. Con las limitaciones apuntadas, tuve la impresión de que la versión de la Segunda Sinfonía, dentro de un nivel estimable, atesoró las virtudes y adoleció de los defectos que tuvo la Primera el día anterior; y que la Quinta alcanzó un nivel parecido al de la Tercera Sinfonía el día precedente. El público pareció compartir este criterio al manifestar un entusiasmo desbordado tras la versión de esa obra maestra que el propio Beethoven llamó del Destino.