En apenas tres años, Óscar Cabana dio un vuelco a su vida. Dejó la arquitectura, una profesión en la que llevaba doce años; se convirtió en padre con el nacimiento de sus dos hijos; y empezó a alejarse, por primera vez en más de una década, de su estilo como pintor. Todos estos cambios, profundamente entrelazados los unos con los otros, son los que el artista refleja ahora en Ejercicios cotidianos, una exposición de sus 50 pinturas más recientes que exhibe desde ayer en Atlántica Centro de Arte. En ella, el seguidor del pintor no encontrará sus habituales paisajes urbanos. Cabana los ha sustituido por objetos comunes, valiéndose además para ello de una nueva gama de colores. Exprimidores, ollas, brochas y cuchillos son en esta ocasión los protagonistas de su pintura, que toman con esta muestra una curva en un camino que hasta el momento había sido recto.

"Tenía ganas de cambiar un poco, salir de lo de siempre. Me decía que llevaba diez años pintando lo mismo, y quería demostrar que podía hacer otras cosas", explica el pintor, que asegura estar abriendo "un mundo de posibilidades". Para este giro, el artista ha acometido una transformación de color y temática. Los objetos cotidianos que habitan su casa y su taller han desbancado a las ciudades de exposiciones anteriores, y la paleta de blancos, negros y rojos, que eran ya su firma, se ha abierto a nuevos tonos. "Ahora hay un montón de colores. Limones amarillos, una planta verde? Para mí el color es como mis niños", comenta el artista.

De entre los cuadros expuestos, Cabana no duda al escoger. Su obra preferida es un pulverizador, un proyecto que "hacía tiempo que tenía en mente", pero que "no había podido pintar por falta de tiempo". "Es el primero que hice, el padre de los otros 49", afirma el pintor, que define el conjunto como su muestra "más íntima". "En lugar de describir ciudades, ahora cuento lo que hago. Pinto mi vida actual", explica.

Es en esta exploración de su intimidad en la que el artista se ha sentido divido. Cabana habla de ganas de profundizar en su nueva vía artística, pero también de miedo frente a la reacción de los espectadores. Tantos años produciendo el mismo tipo de cuadros, dice, le han generado un público fiel, que demanda y adquiere sus pinturas, pero que, sin embargo, puede llegar a sentirse desconcertado ante este cambio de rumbo. "Es como si fuera un actor que siempre hiciese del malo de la película, y que de repente se mete en una comedia. La gente identifica mi obra por el blanco y el negro y los temas industriales. Es como mi marca, y salir de ese registro es arriesgado", afirma, apuntando que a pesar del respeto, tiene ganas de dar el salto.

La red de seguridad, según explica, son todos los factores que aún mantiene. La textura y las pinceladas son las mismas que las de anteriores exposiciones, al igual que su característica mancha roja, que comenzó a emplear para romper la monotonía de sus paisajes a dos tonos. "El rojo era el sol, una manera de llamar la atención para que el espectador se parara", cuenta Cabana. "Empezó siendo un cuadrado rojo, pero luego se transformó en manchas, círculos... y terminó convirtiéndose en mi firma", añade.

Su permanencia en sus pinturas es uno de los aspectos que hacen que se siga reconociendo en ellas. Suponen un vínculo con su producción artística pasada, una fase a la que Cabana no descarta volver: "Mientras estaba pintando estas piezas, me di cuenta de que lo que realmente quería era completar la escena, así que creo que mi próxima exposición serán los interiores donde están los objetos. Luego, quizá vuelva a recuperar lo urbano. Sería como cerrar un círculo. Pintar la arquitectura desde dentro, para después salir de nuevo hacia fuera", concluye.