Juan Belmonte, el guerrillero chileno de Nombre de Torero, repite de nuevo como protagonista en El fin de la historia, un viaje de crímenes y persecuciones entre Rusia y Latinoamérica, en el que Luis Sepúlveda propone un repaso por los hechos más cruentos del siglo XX. El espionaje, las torturas y las secuelas dejadas por la dictadura de Pinochet son algunas de las cicatrices del pasado que el autor enfoca en su último libro, una obra con la que hoy, a las 18.30 horas, cierra los XIII Encuentros con escritores que el Centro de Formación e Recursos da Coruña celebra en la UNED.

- Recupera a Juan Belmonte después de 20 años, ¿por qué?

-Porque cuando empecé a escribir esta novela me di cuenta de que el único protagonista posible era él. Tanto por la trama, como por la cercanía. Es un personaje con el que tengo muchas cosas en común.

- Por ejemplo, que ambos formaron parte de la escolta de Allende, ¿cómo terminó en aquel grupo?

-Yo era un joven militante de las juventudes del Partido Socialista en los 70 cuando me comunicaron que me habían escogido para la escolta del presidente. Formamos ese cuerpo de seguridad porque no nos fiábamos de la policía local y porque Allende quería tener a cargo de su seguridad a gente de su absoluta confianza. Así que recibimos un pequeño adiestramiento de la policía chilena para saber protegerlo, y lo acompañamos durante los mil días de su gobierno como el Grupo de Amigos Personales (GAP). 16 de ellos combatieron con él en el Palacio de La Moneda hasta el fin de la democracia chilena.

- ¿Esa es la sombra de la que tanto habla en el libro?

-Claro. Yo soy parte de una generación que nació en la segunda mitad del siglo XX, una mitad muy intensa. Pasaron muchas cosas y los que fuimos activos cargamos con esa sombra de lo que fuimos. Pero yo no me quiero librar de ella, porque no hay nada de lo que avergonzarse. Al revés, hay mucho de lo que sentirse orgulloso.

- Ya trató en otras obras el siglo XX, ¿por qué esa necesidad de regresar a aquella época?

-Porque no quiero que se olvide. La historia oficial cuenta la crónica de los vencedores, pero a algunos escritores nos ha tocado el honorable rol de contar también la historia de los jodidos, de los que perdieron, aunque conservando algo muy bello, la integridad moral.

- Una historia sin fin, según sus personajes, ¿a qué se refiere con ello?

-A que son muchos los que necesitan cerrar el círculo para seguir viviendo. En Chile, por ejemplo, faltan 3.000 personas, y hay padres, madres e hijos que necesitan terminar con la incertidumbre, saber dónde están sus cuerpos.

- Fueron asesinados, pero también hubo torturas. Sobre todo en Villa Grimaldi, de la mano de otro de sus personajes, Krasnoff.

-Ese fue un gran torturador. Por fortuna hoy está metido en una cárcel, y lo deseable sería que nunca saliese de allí. Escuché de primera mano a mucha gente que estuvo en ese terrible lugar, donde fueron víctimas personales de él. Mi esposa misma estuvo en ese centro, y lo que me ha contado me permite tener una idea bastante exacta de su maldad.

- Otra de las instituciones de las que habla es de la Oficina, una entidad que asegura que Chile ha borrado de su historia. ¿Sigue sin reconocerse?

-Es que nunca tuvo una existencia real. A partir de los 80 hubo una fuerte oposición a la dictadura. Murió demasiada gente, pero se consiguió que el dictador entendiera que no podía continuar y accedió a una salida dialogada. El problema es que cuando se dio esa salida, quienes habían puesto los muertos no participaron en las conversaciones. Participó una centro izquierda muy nuevo que forjó una alianza muy rara con la derecha, y que dio lugar a la Oficina. Nunca fue oficial, pero se encargó de borrar de la escena política a la disidencia.

- El que nadie duda que existió fue Miguel Ortuzar, el cocinero de Stalin al que dedica un capítulo. ¿Cómo se topó con él?

-De una manera bastante casual, cuando me encontré con el escritor José Miguel Varas. Estábamos hablando del zapatero de Stalin, que también era chileno, y me preguntó si conocía la historia de Ortuzar. Le dije que no, y me dio los primeros detalles a partir de los que empecé a investigar. Descubrí que estuvo en la conferencia de Yalta, y que estaba enamorado de Rosita Serrano, una chilena muy famosa en Berlín hasta que se descubrió que usaba su influencia para salvar de los nazis a los músicos judíos.

- Son personajes que podrían dar lugar a su propio libro, ¿qué ocurrirá con el de Juan Belmonte? ¿regresará otra vez?

-Sí. Ahora estoy trabajando en una novela y se me impuso nuevamente como personaje. Me dijo: "Hemos crecido juntos, y quiero seguir participando".