En su vida diaria es un hombre tímido, pero sobre el escenario, dice, puede ser cualquier cosa. José Luis Esteban, actor zaragozano con más de 30 años de trayectoria, suma a Segismundo a su lista de papeles con la interpretación de La vida es sueño, una aproximación contemporánea al clásico que Teatro del Temple traerá esta tarde a las 20.30 para su disfrute en el Rosalía.

- Se interesó por el teatro a los 17 años, ¿qué sintió en esa primera actuación sobre las tablas?

-Para mí fue una sorpresa, porque yo era un chiquillo muy retraído, y descubrí de repente que el escenario me brindaba la posibilidad de entrar en relación con el mundo de una manera distinta. Me dije "este es mi lugar" y, desde ese momento, he intentado no bajarme de él.

- ¿Ha cambiado el teatro desde sus comienzos?

-Sí. Cuando yo empecé, haciendo teatro en remolques en los pueblos, el oficio no se diferenciaba tanto de esas cuadrillas de cómicos que casi hacían autoestop por las carreteras para llegar a donde actuaban. El teatro ha cambiado mucho para bien en ese sentido. También están cambiando las formas interpretativas. Hoy el espectador tiene acceso a una gran oferta de ficción, se ha convertido en un experto, y no admite que le den gato por liebre.

- Usted siente especial debilidad por él, a pesar de que también ha hecho cine y televisión.

-Es mi ámbito natural, en mi carrera la televisión y el cine llegaron después. A pesar de que los adoro, donde yo realmente me encuentro a gusto es con el contacto directo con el espectador. Ahí no tienes intermediarios, te da una libertad que no siempre tienes en el cine.

- Hace un tiempo hablaba en un artículo del espectáculo sin espectadores de Giovanni Mongiano, ¿algún fracaso como actor?

-Claro. Hombre, a mí no tener ningún espectador no me ha pasado nunca, pero sí que he estado en teatros donde había muy poca gente. Lo que ocurre es que Giovanni es un caso espectacular. No fue nadie, y él se empeñó en actuar en un gesto que tiene más de arrebato de orgullo que de actor. Yo claro que he tenido fracasos, y supongo que alguno me queda todavía. Pero no es el caso de La vida es sueño.

- Con ella vuelve a escenificar un espectáculo poético. ¿Qué le aporta una obra poética que no le aporte una sin poesía?

-El lenguaje es distinto, y eso hace que nuestras obligaciones como intérpretes sean distintas. El verso rimado tiene una potencia enorme, porque su capacidad comunicativa reúne una belleza formal que lo hace más atractivo para el espectador, y porque potencia el significado emocional de lo que se está diciendo en el escenario.

- ¿Es lo que ocurre en La vida es sueño ?

-Sí. Queremos involucrar al público, no solamente en una ficción asombrosa, sino en una experiencia que linda con lo emocional. Hoy en día el espectador no debería ir al teatro solamente a ver lo que le echan, sino a ver lo que le pasa.

- Pero la gente suele mostrarse recelosa frente a los clásicos.

-No es tanto un recelo como una expectativa. A un espectador estándar, si le dices que su propuesta de ocio es ir a ver una versión de La vida es sueño, entiendo que entre las primeras expectativas que tenga no esté la de pasar un rato entretenido. Pero nosotros intentamos crear para él una experiencia que supere sus expectativas. Situamos la acción en un contexto intemporal para que cada uno haga su propia lectura, y no tratamos a los personajes como si fueran piezas de museo, sino como seres de carne y hueso. Con los clásicos hay que hacerlo así, mantener un diálogo desde la contemporaneidad e intentar acercarlos al público del siglo XXI.