Programa interesante, por inhabitual, incluido un estreno para la orquesta, con solista insólito. En conjunto, el resultado no ha sido demasiado halagüeño. La versión de Las Hébridas, irregular; el confuso comienzo, hacía temer lo peor; por fortuna (cuando Spadano está en el primer atril, hay mayor fortuna), la agrupación fue centrándose; la batuta, reiterativa y rutinaria, no ayudó a conseguir una lectura redonda de la preciosa partitura. Aunque la Sinfónica debe haberla tocado más veces, sólo tengo registrada una gran versión con Emmanuel Krivine al frente, en Mayo de 2000. Hubo otra, notable, de la Orquesta Joven con el añorado Alberto Zedda empuñando la batuta (Febrero de 2009) y también una de la Real Filharmonía, en Santiago, dirigida por Piero Lombardi (Abril de 2014). El irrelevante concierto de Grondahl se benefició de una sensacional actuación de nuestro trombonista. Hay quien se pregunta por qué esta orquesta tiene semejante calidad. La respuesta parece evidente cuando escuchamos en condición de solistas a sus primeros atriles. Tal fue el caso de Etterbeek en el concierto y, si cabe, aún más en una versión jazzística (una de las muchas) de la célebre canción de Joseph Kosma, Las hojas muertas, acompañado por el contrabajista, Risto Vuolanne. Fueron aclamados. En fin, una estimable interpretación de la Primera Sinfonía de Elgar ayudó a sobrellevar casi una hora de música que, salvo el último movimiento (y no todo él), demuestra que el compositor inglés, a pesar de su admiración hacia Brahms, no sabía que, para el hamburgués, lo difícil no era componer sino dejar caer las notas sobrantes bajo la mesa.