Desde el director hasta sus compañeros de reparto, Héctor Alterio tiene cumplidos para todos, pero evita con pudor los referidos a sí mismo. El artista de 88 años, avalado por toda una vida dedicada a la interpretación, se mete en la mente de un enfermo de alzhéimer como parte de la obra El Padre, con la que estará este viernes 26 y sábado 27 a las 20.30 h en el Teatro Rosalía.

- Viene a A Coruña con El Padre , una pieza que José Carlos Plaza define como una obra que ha sido escrita para usted.

-[Se ríe] Eso lo dice en base a una amistad que nos une desde hace muchísimos años. Yo trabajo muy bien con José Carlos, tengo mucha experiencia con él. Me parece una persona maravillosa y un director muy talentoso.

- Con su ayuda narra una historia muy dura. ¿Cómo construyó el retrato de la enfermedad que lleva a escena?

-No tuve una relación directa con ningún enfermo, no había a mi alrededor algo que me posibilitara conocer en profundidad esta misteriosa enfermedad. Pero resulta que unos cuantos años atrás hice una película con Camapanella, El hijo de la novia. La mujer de mi personaje tenía alzhéimer, y Campanella, que tenía a su madre internada en una residencia para estos enfermos, me dijo que si le acompañaba tendría una idea. Y así fue.

- ¿Qué impresión se llevó?

-Fue impactante, porque no había tenido nunca una relación tan extraña y lejana. Ahí empecé a notar que es una enfermedad que sufren más los que están alrededor que el enfermo en sí mismo. Es un pozo negro e interminable para el que desafortunadamente los especialistas no han encontrado una punta para orientarse y aliviarlos.

- A muchos de sus espectadores les habrá tocado de cerca esta situación. ¿Esa identificación es la clave del éxito de El Padre ?

-Sí, y lo digo con total seguridad. Todos tienen parientes y amigos que han pasado esa situación. Me sigue emocionando el agradecimiento tan sentido de los espectadores que tiene cerca a estas personas en su entorno. Muchos se identifican conmigo, como si yo hubiera sido el enfermo de alzhéimer en realidad.

- Ya lleva casi 2 años interpretándolo, ¿no se cansa de Andrés?

-Aún hoy estoy encontrando cosas en él. Eso habla a favor de Zeller, que supo enhebrar un personaje de esas características. También tengo un plantel de compañeros muy perseverantes. La elección siempre la hizo José Carlos Plaza, y creo que acertó. Es conmovedor cómo encaran el trabajo estos compañeros tan jóvenes.

- Usted lleva a escena los problemas de la vejez, sobre la que no hay muchas obras, ¿tenemos miedo de subirla a un escenario?

-No. Vamos a ver. Esto es un juego. Cuando yo era pequeño jugaba a los policías y los ladrones, y tenía que hacerle creer a mi compañero que era de verdad un malvado. Ese juego establecido y fijo, en cierta medida, se repite con un señor desconocido que no he visto en mi vida, pero que conforma el público. Lo que le vamos a ofrecer está implícito, y es una mentira. Yo juego a hacer de enfermo de alzhéimer durante 150 representaciones, pero ese señor la ve por primera vez. Tengo la responsabilidad de ofrecerle un estreno, olvidándome de las 150 veces que lo hice antes, porque se corre el riesgo de una repetición que es mortal para los actores.

- Es uno de los retos del teatro.

-Sí. Eso no sucede ni en la televisión ni en el cine. Es una búsqueda natural. Cuando voy a hacer una función, me acuerdo de la última, donde me equivoqué, y tengo la posibilidad de repetirla. Eso me permite estar totalmente vivo en mi trabajo.

- En su anterior obra teatral, En el estanque dorado , también trataba las dificultades de la senectud, ¿son los papeles que le tocan ahora?

-[Risas] Eso corresponde al paso de los años. Si vamos a los números, yo estoy haciendo esto desde hace 70. Tengo 88, y desde los 15 ya estaba jugueteando con la interpretación. Tengo una imagen mía, de cuando tenía 8 años, en la que estoy viendo las caras sonrientes de todos mis compañeros, que me miran absortos. Los estoy entreteniendo, y eso para mí era un placer absoluto. Cada vez que se formaba un corro, siempre me tomaban como entretenedor. Ahí empezó todo.

- Su carrera comenzó en los escenarios de Argentina, pero tuvo que cambiarlos por los de aquí.

-Se produce una situación que me obliga a quedarme. Vine al festival de cine de San Sebastián del año 74 con la película La Tregua, y estaba feliz, porque gustaba mucho. Y de pronto, recibí una amenaza de muerte. Yo estaba a punto de volver. Hace más de 40 años que llevo viviendo aquí, y quieras o no, el tiempo hace su labor. Pasa, y va bajando el nivel de rencor. Ahora, eso sí, en esas situaciones límites, uno llega a saber quién es quién. Yo tuve la suerte de encontrarme con compañeros españoles que no tenían historia conmigo y que tuvieron una generosidad maravillosa.

- Desde entonces ha hecho cerca de un centenar de trabajos. Su actuación en El Padre se ha considerado una de las mejores que se han visto últimamente en un escenario, ¿Andrés es su mejor interpretación?

-Es difícil hablar de uno mismo. Yo sé que me ha tocado en suerte un personaje que me posibilita más cosas que otros. En el escenario siento, por ejemplo, el silencio que se produce, y que es tan significativo que emociona. Pero cada personaje tiene sus puntas de atracción.

- El teatro es una apuesta, dijo una vez. ¿Qué se juega Héctor Alterio sobre el escenario?

-Juego al 7, que es el número de la suerte, y trato de que salga. A veces lo hace, como en este caso, y otras tantas no. Es una elección. Yo elijo el personaje como el jugador de la ruleta elige un número.