Un grupo de jóvenes recorren el Edimburgo de finales de los años 80. No tienen trabajo, ni preocupaciones, ni ninguna angustia, más que la de conseguir los estupefacientes que necesitan para seguir. La vida de oficinas, carreras y pastillas que empujan los márgenes de la longevidad, no les interesa. Ellos han elegido otro camino, uno más torcido y oscuro, en el que la heroína es un colchón con el que mitigar la dureza de los muros entre los que su futuro ha decidido instalarse. "La sociedad británica estaba muy castigada en la época. Trainspotting se basó en referentes que los jóvenes asociaban con su cultura, lanzando un mensaje de que no hay futuro, pero que tenemos la capacidad de elegir", explica Fernando Soto, que dirigirá este viernes y sábado (20.30 horas) en el Teatro Rosalía la adaptación teatral de la conocida novela de Irvine Welsh.

Veinte años después de la única pieza sobre la trama que pisaba las tablas españolas, y de la película realizada por Danny Boyle, el director valenciano se atreve de nuevo a descubrir las palabras del escritor británico. Lo hace con una versión de Rubén Tejerina, basada en la obra teatral realizada por Harry Gibson en 1994, y consciente de que contra el triunfo, ya legendario en el caso de esta historia, es poco lo que puede hacerse. "Cuando algo tiene tanto éxito como Trainspotting, es absurdo intentar hacer algo igual. No podíamos obviar la película, pero no hemos querido caer en la imitación", dice Soto, que define su versión como "un espectáculo potente, crudo y muy vivo".

En su propuesta, el director rescata las referencias del libro, y deja en su mayoría fuera las cinematográficas. La estética, volcada en la luz y en el aspecto de los personajes, es lo que Soto ha conservado de ella en su adaptación, en la que contará con Críspulo Cabezas, Rulo Pardo, Victor Clavijo, Sandra Cervera e Irene Arcos para tejer un relato lleno de sordidez. "Mi puesta en escena es mucho más cruda que en la película. El humor está, pero no se cae en la simpatía. Trainspotting no es un cuento de hadas", asegura el valenciano, que resuelve las escenas más complicadas con un juego de proyecciones audiovisuales y varios papeles para cada actor.

La drogodependencia del argumento, que fue fuente de polémica en su publicación por el tratamiento relajado de Welsh, la afronta el director más como marco que como protagonista. "No nos hemos adentrado en esa cuestión, porque quería contar otra cosa. Yo quería hablar de condiciones sociales. En esta historia, la droga es un componente que empuja a estos chavales a decidir", dice Soto, que encuentra en los narcóticos y en "la precariedad laboral" los elementos que hacen que Trainspotting sea tan actual como en su salida en 1993.

Su universalidad se traduce en escena en una ambientación "deslocalizada", que igual podría estar sucediendo en Edimburgo que en Madrid. "Se ve en todas las grandes urbes", afirma el director sobre la historia, en la que el espectador verá reflejada la parte más oscura de la sociedad actual. "Estamos presos en el 'tanto tienes, tanto vales', todo es apariencia. Y no se permite el error. A estos chavales de Trainspotting se les juzga, pero ellos son responsables de su camino. La sociedad a veces no tiene quien la juzgue, y eso sí que es tremendo", concluye.