Es una comedia familiar desigual y con excesivas fluctuaciones que arroja un tanto de luz al género al asignar el principal protagonismo a los abuelos, ciertamente marginados de esos cometidos en los últimos tiempos. Aporta al respecto soluciones a veces ocurrentes y divertidas, aunque en la mayoría de las ocasiones se pierde en un laberinto de concesiones sentimentales algo obsoletas.

La presencia de dos veteranos como Billy Crystal y Bette Midler es una garantía solo ocasional porque el guión no siempre está a la altura de las circunstancias y los diálogos carecen de la chispa que sería de desear.

De todos modos, aun con sus defectos y su desaprovechamiento parcial del tema, no es un producto ni detestable ni soporífero, sino que invita puntualmente a la sonrisa y da la medida de lo que podía haber sido un producto redondo. Tiene un nivel, en todo caso, algo superior al resto de la obra del director Andy Fickman, entregado a un cine de corte familiar de escaso alcance.

Convertido en un veterano locutor de beisbol llamado Artie, Billy Crystal contempla en su propia persona los signos de la decadencia que supone el paso de los años, especialmente cuando es despedido de su empresa porque no convoca la publicidad necesaria para sostener el programa y está totalmente al margen de las nuevas tecnologías de comunicación vinculadas a internet y a las redes sociales. Frustrado y con complejo de que ya no se comprende su brillante pasado, no tiene más remedio que refugiarse en los brazos de su esposa y atender a las necesidades familiares, algo que se pondrá muy pronto en evidencia cuando los dos deban hacer de canguro de sus tres nietos mientras los padres de ellos emprenden un viaje. Ese es el momento clave de la cinta.