Abre paso a cuestiones de carácter psicológico en las relaciones entre adolescentes que no han sido apenas abordadas por nuestro cine y aporta al respecto cosas que tienen indudable traducción en la vida real, pero lo hace casi siempre sin la pasión necesaria y con una credibilidad que pierde fuerza a medida que la proyección avanza. Por eso lo que podía haber sido una película reveladora e innovadora se queda a mitad de camino, con personajes que carecen de la necesaria estabilidad y sin el obligado grado de convicción.

Había bastantes esperanzas depositadas en la cinta, dirigida por el madrileño Esteban Crespo, no en balde un corto suyo de 2013, 'Aquel no era yo', ganó el Goya al mejor corto y fue nominado en el mismo apartado en los oscars de Hollywood, aunque a la postre los resultados son decepcionantes.

Crónica de un amor intenso y con ingredientes patológicos, el fallo esencial de las imágenes es que no han sabido adornarse de los elementos vitales que requerían. Si bien es cierto, como dijo el director, que ésta es una película de sentimientos exaltados en la que centramos la mirada del espectador en los dos personajes protagonistas, reflejando un mundo de contradicciones tan propias de la juventud, el problema es que los dos protagonistas, sobre los que descansa el relato, no aportan la adecuada dimensión dramática. Es más, la cinta mejora cuando se abre paso a tipos secundarios, sobre todo las amigas de la protagonista y el entorno familiar.

Así, María Pedraza y Pol Monem no llegan a dar vida a Laura y Carlos, especialmente en una parte final que no logra movilizar los sentimientos. Son los momentos en que Carlos ha perdido el rumbo, proponiendo una ruptura en principio temporal de su vínculo que termina por afectarle, fruto también del victimismo y de una morbosidad extrema, y que le hace perder la razón. No quiere decir que el producto se venga abajo por completo, porque hay consideraciones a tener en cuenta, si bien se extravía un tanto de su principal objetivo.