Nadie discute que será entretenida para los amantes de los superhéroes en general y de la factoría Marvel en particular, pero partiendo de esa base también hay que señalar que las cosas se podían haber hecho más brillantes y amenas.

La espectacularidad de estos productos, que es consustancial a ellos como consecuencia de un gran presupuesto y de unos técnicos de alta definición, no se deja sentir como es habitual y las dos horas de metraje se hacen un poco largas para los que no se mueven en un terreno incondicional.

Las viñetas originales exigían algo de más entidad. De este modo y con unos toques de humor demasiado sosos, el Hombre Hormiga, es decir Ant-Man, puede ubicarse en la serie B de las adaptaciones al cine de superhéroes, bastante por debajo de los que ocupan el podium de la especialidad.

El actor que incorpora al héroe, Paul Rudd, no agota las posibilidades del personaje. Basada en el personaje del primer cómic de Marvel publicado en 1962, Ant-Man presenta inevitables connotaciones con La Mosca, pero con sus propias licencias y rasgos diferenciales. Tiene la habilidad de encoger de tamaño hasta niveles casi microscópicos, en cuya dimensión incrementa su fuerza y su poder de destrucción.

Scott Lang acaba de salir de la cárcel con la firme voluntad de no volver a ella y de dejar sus actividades de ladrón para entregarse a una hija pequeña a la que apenas ve el pelo. Ese es su propósito, pero lo tiene complicado ya que en él ha puesto los ojos un científico, el doctor Hank Pym, que esconde un gran avance tecnológico para la humanidad y que exige de las cualidades de Scott para llevar a cabo un atraco.

Con resortes argumentales muy tópicos, lo único que impide lo peor es, por supuesto, las actuaciones de Ant-Man colaborando con una hormigas que ayudan a que pueda superar situaciones desesperadas. Se echa a faltar, desde luego, un dinamismo y una fuerza mayor en las imágenes, certificando por qué Peyton Reed no hacía cine desde 2008.