Me han conmovido las palabras de Arturo Morales, el director de programas de música culta de TVE, comentando mi columna de hace unos días sobre el despropósito que supone emitir las óperas (muy de uvas a peras) a las tantas de la madrugada, o los conciertos de la Orquesta y Coro de RTVE a las 8 de la mañana.

Arturo Morales, cuyo apellido ya lleva implícitos los conceptos de música y de Prado del Rey en las venas, solidarizándose con este humilde cronista, expresándome su enojo por el hecho de que dichos conciertos no puedan emitirse en un horario decente. Como si en la santa casa en la que trabaja desde hace décadas, una persona de su prestigio y su autoridad moral, a la altura de la del llorado José Luis Pérez de Arteaga, no tuviese ningún peso a la hora de decidir los horarios en que van a ver la luz los productos que con tan tanto mimo él se encarga de producir y empaquetar. ¡España!

¿Crees que no me gustaría -se desahogaba Arturo- que no sería un sueño que el ciclo de los con- ciertos de abono, entre octubre y mayo, se emitiesen en directo, los viernes a las ocho de la tarde, en lugar de a las ocho de la mañana?

Y tanto que lo sería, añado yo. Y no a palo seco. Conectando diez minutos antes. Dándoles carácter de evento. Con un par de comentaristas introduciéndonos las piezas. Aportando calor y pedagogía. De ese modo TVE sí cumpliría su función de servicio público. La última vez que vimos conciertos en prime time fue bajo la dirección de Pilar Miró. Han pasado más de treinta años y nunca más se supo. La publicidad se fue de TVE en 2010. ¿A qué viene a estas alturas continuar jugando a competir? Cómo comprendo a don Arturo.