Su mayor enemigo es que deja sentir su condición de ópera prima, especialmente porque los personajes no tienen el equilibrio emocional necesario y esa naturalidad y credibilidad que es clave para entrar en la trama. Es más, el director y guionista Gonzalo Bendala consigue mejores logros en el guión, aunque parte de una base teórica poco o nada convincente, que en la realización, que sugiere influencias de realizadores de peso como Hitchcock, Woody Allen y Spielberg, no del todo asimiladas.

Lo mejor de la película, sin duda, son unos minutos finales que abren paso a una solución ingeniosa y llamativa que es producto de un giro exagerado y discutible pero que da innegable juego. Lastrada, por otra parte, por una interpretación en donde los jóvenes sobreactúan y el veterano y siempre eficaz Miguel Angel Sola trata de evitar males mayores sin conseguirlo en algunos momentos, la película no puede abrir paso a un asunto inquietante y terrible con las garantías necesarias.

Diríase que la forzada mezcla de suspense y de un discutible sentido del humor muy juvenil tampoco cubre el expediente de turno, algo que se pone de manifiesto de modo constante. El esquema del guión es el propio de una oferta imposible, la que hace un profesor de psicología a un alumno suyo y que permitiría a éste último aprobar la asignatura y pagar unas deudas que están poniendo en peligro su vida.

Se pone así en marcha el elemento decisivo de la cinta, ya que lo que el profesor desea, víctima de una profunda depresión, es poner fin a su vida. Lo que pide es que Garralda le ayude en ese empeño de suicidio, algo que en principio el alumno rechaza por completo pero que, como sucedía en un caso similar en Extraños en un tren, va tomando poco a poco en consideración.

El asunto se complica, y no para bien, cuando tres amigos de Garralda se enteran del mismo y la convivencia se deteriora. El problema es que la fatalidad también quiere tomar cartas en el asunto y lo hace empeñada en que las cosas no acaben siendo irreversibles