La proliferación de películas de terror burdas, alimenticias y gritonas es tal que el aficionado al género bien podría pasar por alto que, en los últimos años, varios filmes han recuperado la dignidad del horror con planos más sugerentes que explícitos, con objetos encantados antes que subrayados sonoros y con implicaciones psicológicas antes que personajes de derribo.

Sería el caso de cineastas como James Wan (Insidious, Expediente Warren), Ti West (La casa del diablo) o Scott Derrickson (Sinister), pero también de la debutante Jennifer Kent, quien en Babadook se acerca brillantemente al duelo, la maternidad y al sexo de una mujer que se ve superada (física y mentalmente) por la muerte de su marido y por la hiperactividad de su hijo.

La sensibilidad de la directora sobresale tanto como su dominio de los códigos del cine de terror, que maneja a su antojo para construir un cuento cruel (con monstruo aterrador incluido) que nos remueve tanto por lo que vemos como por aquello que late bajo las imágenes: una pulsión de muerte que haría las delicias de Freud.

Tras un viaje cinematográfico que nos dejará extasiados, sabremos, eso sí, que no se puede huir de nuestros miedos, sólo cabe aprender a convivir con ellos.