Ha nacido una estrella de la televisión. Ha nacido otra estrella en el Congreso. Ahora el líder que acude en camisa, pelo recogido en coleta, el que anda así, con el cuello como adelantado y cuando hace palmas me da la sensación de que aplaude agradecido no al personal que lo aplaude sino a sí mismo, ese, el que besa en los morros a un tío porque conoce la debilidad cotilla de los medios que hacen de la anécdota un titular de primera, el Pablo Iglesias preso de su imagen, tan folclórico y dependiente de ella como Dalí de su bigote, Antonio Gala de sus bastones, Sara Montiel de sus retratos sólo desde la izquierda, y el rebelde Pablo de sus camisas, vaqueros y coleta, pero jamás camisetas o chaqueta, ese, este hombre que maneja el 'tuit' como Billy el Rápido y la declaración a micrófono abierto con la seguridad de los papas de Roma, infalibles por decreto divino, ha de mirar a los lados, saber a quién palmea después de un discurso porque, ay, amigo, ya se oye el galopar de los potros más jóvenes, esos diputados que se dejan barba para esconder su carita de niño, potros alocados, adolescentes asilvestrados, imprevisibles y raros, diputados en la edad del pavo como Gabriel Rufián , al que ya se lo rifan las tertulias, los focos, las cámaras, otro que subido a la tribuna disfruta como un sádico sabiendo que sus palabras quemarán no tanto por lo que dicen, que también, como por la arrogancia juvenil con que las suelta, dominando la escena como la puta la barra del puticlub.

Los griegos clásicos no se volvían para contestar insultos ni humillaciones. Creían que el humillado era el que insultaba y humillaba. Crecerá. Es pasajera la edad del pavo.