Su indiscutible virtud es que hace de la célebre frase del Baron Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos de la Era Moderna, de que lo importante en una competición no es ganar sino participar, un lema decisivo que marcó un hito en el terreno de la deportividad y que dio un nuevo sentido a la lucha por la conquista del triunfo. Con este soporte y a partir de hechos reales, el director Dexter Fletcher ha sacado adelante un proyecto nada despreciable, aunque con hechuras para llegar bastante más lejos.

De hecho este tercer largometraje suyo es inferior a su mejor trabajo hasta ahora, el espléndido musical escocés ´Amanece en Edimburgo´. Su mayor inconveniente es que exagera los términos en que define al protagonista, que rebasa los márgenes de ingenuidad tolerables para convertirse en el héroe de un cuento un tanto empalagoso.

La aventura deportiva de Michael Eddie Edwards es la de un joven obsesionado por convertirse en un atleta olímpico. No tiene otra ilusión en su vida. La película cuenta su trayectoria en este sentido desde que era adolescente y comienza sus sesiones de entrenamiento ante la perplejidad de unos padres que son conscientes de las limitaciones de su hijo pero que no quieren robarle su enorme ilusión.

Lo más difícil es que eligió unas disciplinas, primero las carreras y después los saltos de ski, sin tradición alguna en su país, Gran Bretaña, hasta el extremo de que era el único deportista en las mismas. Es más a Eddie no le importaba en absoluto ser el último en los tiempos, porque solo quería sentir el enorme orgullo de intervenir en la competición.

Eddie verá cómo en ese afán se ve obligado a renunciar, consciente de que era imposible clasificarse, a los juegos olímpicos de verano para entregarse a los de invierno en las pruebas de salto de 70 y 90 metros. Su meta, por otra parte, ya tenía calendario y escenario, en concreto los Juegos Olímpicos de 1988 en Calgary (Canadá). Así las cosas, tiene lugar el decisivo encuentro con un ex deportista, Bronson Peary, que va a convertirse en su entrenador y en el hombre que le abrió el camino.