No cabe la decepción, aunque tampoco la plena satisfacción, porque esta segunda entrega de la saga de El corredor del Laberinto se mantiene en los mismos niveles de interés de la primera, que vimos en 2014, y contará con el respaldo de ese público adolescente, sobre todo, que ha entrado de lleno en la aventura de los Clarianos.

Con el mismo defecto también, un relato demasiado alargado que alberga, especialmente en la segunda mitad, algunos puntos muertos, hay que reconocer, no obstante, que la arriesgada apuesta de los productores, eligiendo para estas dos primeras cintas a un director principiante, Wes Ball, ha sido más que acertada. Por eso ningún admirador de la serie puede dudar de que, al menos la tercera parte, La cura mortal, tiene asegurada su próxima llegada a las pantallas.

Es obvio que los libros de James Dashner en los que se basa han facilitado las cosas para que esta aventura encuentre alas para volar sin obstáculos. Conservando, además, a los mismos actores de la película previa, el factor de comunicación que se establece entre lo que vemos en la pantalla y el público es mucho más consistente. De este modo, no debe extrañar que el relato comience donde acababa el anterior, con la llegada del grupo de clarianos a un bunker en el que, supuestamente, son recibidos con afecto por el responsable del mismo, un tal Janson, encargado de comprobarlas razones por las que son inmunes al virus que ha acabado con buena parte de la población.

Thomas, que está al frente de los jóvenes, empieza a tener dudas de quién está detrás de sus nuevos «protectores» y el asunto se confirma con los peores augurios cuando comprueba, gracias a la información de Aris, un muchacho que procede de otro Laberinto, que están de nuevo en manos de CRUEL, la terrible organización que tiene destinado para ellos un plan siniestro. Ya en esta tesitura lo que sigue es una fuga, la de los clarianos, que no están dispuestos a convertirse en cobayas de los agentes de CRUEL, lo que les llevará a huir del subsuelo.