Ofrece en su menú alicientes que nadie puede desdeñar, por encima de todo una solución estética y tecnológica de primera entidad que sorprenderá a propios y extraños porque permite utilizar a los animales con absoluta propiedad y realismo con recursos digitales de última generación.

En este aspecto, por supuesto, la nueva versión del texto clásico de Rudyard Kipling El libro de la selva no es que no asmita reparos, es que se sitúa a la vanguardia de este tipo de cine. Otra cosa, eso sí, es el guión de Justin Marks y la base literaria del cuento, que no aporta demasiadas novedades y que insiste en derroteros que resultan muy reiterativos. De este modo, la cinta destaca en su factor visual tanto como se diluye en el argumental, restringiendo en buena medida su auditorio a los espectadores menudos.

El director Jon Favreau, especialista en cine de aventuras futuristas para adolescentes y jóvenes, del tipo de Zathura, Iron Man y Iron Man 2, aporta su indudable fluidez en la sintaxis para contar historias de este tipo con una capacidad de convocatoria indiscutible.

Con apenas un único personaje, real, el entrañable Mowgli, incorporado por un niño de 10 años, Neel Sethi, que fue encontrado tras un casting multitudinario por numeroso países, la película se vale de una selva como decorado idóneo para ubicar las aventuras de un niño que ha vivido cuidado por los lobos y con la amistad de unos animales que lo han convertido en uno más de su familia.

Los que más influencia tienen sobre él son el oso Baloo, que trata de vivir lo mejor posible y transmitirle su peculiar filosofía de la vida, y la pantera Bagheera, que es algo así como su mentor. Con este cuadro vital y con un decorado tan privilegiado se intenta dar paso a lo que es el meollo de la trama, el regreso de Mowgly a su ámbito natural.

No faltan un par de números musicales y mezcla acción real con entornos generados por ordenador y personajes animales fotorrealistas, consiguiendo resultados satisfactorios.