No hace olvidar nunca la cinta original del mismo título que vimos en 2005 y de la que ésta es el consiguiente remake, una coproducción entre Argentina y España que dirigió Marcos Carnevale y que interpretaron de forma soberbia la genial China Zorrilla y el añorado Manuel Aleixandre.

Pero dicho esto con toda claridad, hay que reconocer que esta nueva versión es bastante digna, no se limita al habitual refrito e incluso aporta soluciones originales que modifican en parte los planteamientos de la película. Un mérito que hay que atribuir, por un lado y en gran medida, a los dos protagonistas, unos muy veteranos Christopher Plummer y Shirley MacLaine, ambos ganadores en su día del Oscar, que demuestran que siguen estando, pese a todo, en buena forma y, por otro, al director Michael Radford, que sabe moverse en el terreno de los sentimientos sin caer en lo empalagoso.

Hay aspectos novedosos que deben tenerse presente, a pesar de que no alcanzan toda la brillantez que sería de desear. El que más sorprende es el del mayor peso que ahora tiene la figura de Fred, en perjuicio de una Elsa que era la auténtica protagonista y que aquí pasa a un segundo plano. Y queda, finalmente, el entrañable homenaje que Radford efectúa al cine de Fellini en general y al de La dolce vita en particular, convirtiendo la clásica y célebre secuencia del baño en la Fontana de Trevi en Roma, en la que aparecen una muy sensual Anita Ekberg y el inolvidable Marcello Mastroianni, en un momento decisivo y emblemático desde un punto de vista tanto afectivo como cinematográfico.

Por lo demás, la historia pretende jugar, con resultados desiguales, con ingredientes del drama y de la comedia, exagerando para ello el carácter de cascarrabias de Fred, que con su eterno mal humor solo desea que le dejen en paz y descansar. En cambio Elsa es mucho más sensible y ha convertido en realidad todo aquello que es fruto de la fantasía, de modo que las cosas que suele contar de su intimidad y de su pasado son puras mentiras, pero con innegable encanto.

Cuando Elsa y Fred se conocen, porque son vecinos, la vida les ofrece una segunda oportunidad para enamorarse y disfrutar de la felicidad. Y no la desaprovecharán, aunque ello les cueste pasar por completo de unos hijos que solo buscan su interés personal.