Podría aspirar a convertirse en la peor película sobre el tema del exorcismo si no fuera porque este filón ha dado pie a engendros de dimensiones descomunales, pero aun así muestra los deméritos suficientes para situarse en un lugar de privilegio. Sin un solo rasgo original, ni siquiera el hecho de que supuestamente desvele que en el Vaticano se guardan cintas y documentos de los casos de exorcismo que han afectado a la iglesia católica en los últimos siglos, los únicos factores que atesora son una capacidad intachable para despertar el aburrimiento y una torpeza inusual para tratar de crear tensión y terror que cae en lo grotesco.

Su director, Mark Navaldine, contaba con dos créditos ciertamente vulgares, CranckyGhost Rider. Espíritu de venganza, pero no llegaban a niveles tan devaluados. Esta historia de posesiones diabólicas y de misterios ocultos no merecía estrenarse en las pantallas.

Con elementos que recuerdan a El exorcismo de Emily Rose, que dirigió en 2005 Scott Derrickson, pero con manifiesta ineptitud, el director intenta sacar a la luz la terrible parafernalia que envuelve el caso de Angela, una joven que lleva una existencia normal, muy vinculada a un padre que la adora y que no siente demasiada simpatía por su novio, pero que de forma súbita, inesperada y demoledora revela los síntomas inequívocos de estar poseída. Las cosas llegan al extremo de que la muchacha entra en coma, aunque de forma caprichosa «resucita» pasados más de cuarenta días, devolviendo la fe a un padre abatido. El caso es que en semejante situación la solución del exorcismo se hace obligada. Es entonces cuando hacen acto de presencia dos representantes de la jerarquía católica que son claves en el relato, el padre Lorenzo Lozano y el Cardenal Bruun. Ellos encauzan el caso por la vía habitual comprobando que se trata de una posesión satánica.