Traslada al ámbito español, y concretamente al vasco, un planteamiento argumental que ha sido pasto de infinidad de películas de todas las procedencia, el del afán de venganza del individuo que ha sido objeto de un atentado y ha visto cómo se destrozaba su vida al perder en el mismo a sus seres más queridos.

Lo hace con un mínimo de convicción dramática y con una desigual definición de los personajes esenciales, sin llegar a captar en toda su dimensión las claves de esta historia. Naturalmente, al reubicar este esquema en Euskadi se vale del fenómeno del terrorismo como decorado, utilizando a Eta como instrumento del terror. De este modo, cuando la cinta arranca han pasado ya once años desde que el protagonista, Carlos, fuese testigo, como consecuencia de una bomba, de la muerte de su esposa y de las gravísimas heridas de su hija Alba, a consecuencia de las cuales ha perdido las dos piernas.

El escritor y director Luis Marías, que solo había dirigido un largometraje para la pantalla grande, X, logra en ocasiones, sobre todo cuando el clima dramático no se desborda, crear un marco no exento de convicción, pero sin la madurez necesaria para que las piezas encajen perfectamente, Con un José Coronado correcto, pero sin las dimensiones que adquiría en No habrá paz para los malvados, que le valió el Goya en 2011, el espectador va entrando paulatinamente en la tragedia íntima de un hombre que a pesar del tiempo pasado no ha olvidado y, lo que es peor, sigue alimentando el fuego de la venganza. Ha abandonado el cuerpo policial, si bien no está decidido a perdonar.

Su objetivo, sin embargo, no es acabar con el etarra asesino, que está en la cárcel, sino con su esposa, que sigue viviendo en Lekeitio y con la que ya ha establecido contacto en base a una propuesta profesional que le permitirá estar muy cerca de ella sin despertar sospechas. El mayor problema se produce cuando aparece un imprevisto que pone a prueba su humanidad.