Responde en general a las expectativas creadas y aunque la película no es todo lo brillante y suntuosa que merecía un texto de la calidad dramática y de las dimensiones humanas del de Charles Dickens, sí respeta y conserva buena parte de sus planteamientos y de sus principios.

Con ese logro y con el esperado rigor en temas como ambientación y vestuario, tan propios del cine británico, se consolida una estimable y ambiciosa producción que no pierde el control en sus dos horas largas de metraje.

Probablemente es menos creativa que la versión de 1998 de Alfonso Cuarón y, desde luego, inferior a la de David Lean de 1946, que en España se tituló ´Cadenas rotas´, si bien nunca pierde sus señas de identidad y conserva en gran parte el espíritu del autor. El riesgo asumido, por otra parte, de utilizar para los protagonistas jóvenes a dos actores sin demasiado renombre, Jeremy Irvine y Holliday Grainger, se ha superado con aceptables resultados.

Lo más llamativo y eficaz, sin duda, es la recreación del Londres del siglo XIX, una ciudad marcada por los contrastes sociales que modifica su fisonomía de forma radical, de la miseria a la riqueza, apenas se cruza la calle.

El joven huérfano Pip, que se ha criado con una hermana muy poco cariñosa y con su marido, un herrero que le ha abierto las puertas de la comprensión, vivirá intensamente esta circunstancia cuando deja su modesto y rural ámbito natal para establecerse en la capital inglesa. Lo hace porque un misterioso benefactor se ha hecho cargo de todos los gastos y está decidido a convertirlo en un caballero. Para Pip será la oportunidad, además, de poder conquistar a Estella, una rica y en apariencia caprichosa heredera que ha despertado intensamente los reclamos de su corazón.

La historia arranca, como es habitual, durante la difícil infancia de Pip y con su encuentro, que será decisivo en el futuro, con un convicto fugado en un lamentable estado. Este dato y su fascinación por la lujosa pero decadente y misteriosa mansión de Miss Havisham, que vive enclaustrada en ella y sumida en una permanente oscuridad, marcarán en buena medida su porvenir. El resto, especialmente todo lo que afecta a Estella, son designios del destino que fortalecen la novela y que le aportan las bases que la han convertido en un clásico. Un panorama social y humano preñado de emociones y sentimientos que a pesar de que no siempre rinden al completo tampoco se malogran.