Sus incondicionales, simplemente por el hecho de serlo, puede que disfruten de esta secuela de uno de los títulos más rentables del Hollywood de los años noventa, que fue objeto, hay que reconocerlo, de infinidad de imitaciones, pero el resto del público no tiene demasiados motivos ni para la satisfacción ni mucho menos para el entusiasmo. Porque hay que precisar, antes que nada, que esta segunda parte de ´Independence day´ no sólo es inferior a la primera, que tampoco era un prodigio que digamos en ningún aspecto, sino que es a menudo aburrida y con un tono patriotero realmente exagerado.

Frente a eso solo puede oponer unos efectos visuales sí muy solventes y que demuestran la evolución que en esta materia ha experimentado el cine en los últimos veinte años. El termómetro del metraje, con esos 120 minutos que se hacen a veces tediosos, no engaña y es el factor que mejor define una cinta bajo el signo inevitable de la decepción.

Con el control de todos los resortes de la película, en su condición de director, productor y guionista relevante, el alemán afincado en la Meca del Cine Roland Emmerich, ha dibujado de nuevo un panorama apocalíptico para llamar la atención del auditorio. En primer lugar subraya la impecable y solvente estrategia de defensa que ha forjado nuestro planeta para impedir que se produzca una nueva invasión de alienígenas que se hagan con el poder.

Es un episodio de casi una hora de duración sin apenas intensidad que desprende un acento claramente político y en el que la presidenta Lanford de Estados Unidos, que curiosamente es una mujer ahora que Hilary Clinton es favorita al cargo, va a encabezar la respuesta de todos los países del mundo para impedir el fin de la humanidad. Parecía imposible que un sistema de autoprotección tan perfecto pudiera ser boicoteado, pero lo es.