Forma parte de esa serie B que en ocasiones ofrece más de lo que se espera, sobre todo porque revela el buen oficio del director a partir de un guión que es más original de lo que en principio cabía suponer. El caso es que el realizador galo Pascal Laugier, que es también responsable del guión, denota cualidades que a menudo pasan inadvertidas en estos ámbitos, a pesar de que ya demostró saber el terreno que pisaba en sus cintas precedentes, El internado y la inédita en España Martys, premiada en Sitges. Tratándose de su primer largometraje en Estados Unidos y en inglés, hay que reiterar que su labor abre expectativas de futuro nada vulgares. Lo esencial es que ha huido de lugares comunes y ha conseguido que un relato que parecía visto para sentencia a mitad de proyección logre remontar el vuelo gracias a unos giros tan eficaces como solventes.
No es que conquisten cimas relevantes, pero sí se rebasan las cotas de lo socorrido y del tópico de turno. Este "thriller" de terror tiene como principal aliado un escenario ruinoso y decadente, el pueblo minero de Cold Rock, un lugar antaño floreciente que se ha hundido en la miseria de un tiempo a esta parte por efectos de la crisis y, sobre todo, por unos misteriosos sucesos que han motivado la práctica desaparición de la población infantil. Un fenómeno que lejos de haber concluido va a a demostrar su plena vigencia cuando una de las madres, la enfermera Julia, ingresa en la nómina de las afectadas y una terrible noche presencia como una misteriosa figura, que algunos identifican como "El Cazador", le arrebata a su pequeño. De nuevo la maldición se ceba con los más desprotegidos e inocentes. Como siempre, las fuerzas de la ley se movilizan, empezando por el teniente Dodd y el sheriff, empeñados de nuevo en encontrar el paradero de seres a los que todavía confían en encontrar con vida. Aunque tiene algún ligero altibajo y no se escapan ciertos convencionalismos, salta a la vista que el entramado argumental es firme
