Si alguna virtud prevalece por encima de todas las demás es la facultad de David Robert Mitchell para crear atmósferas. Es una habilidad que ya destacaban los que vieron su ópera prima, que no se inscribía en las esferas terroríficas, y que se hace patente a lo largo de casi toda la proyección.

Con esta credencial consigue que el espectador entre más de lleno en la trama y que la tensión, el misterio y el miedo se adueñen de lo que vemos. Inspirándose, además, en una serie de pesadillas que sufrió cuando era niño y en las que era asediado por un personaje imaginario, el «monstruo» en su vocabulario, que le seguía a todas partes.

De ahí que el título original, It follows, pueda traducirse por Te sigue. Esa terrible experiencia la trasvasa el cineasta a Jay, una estudiante de 19 años que, en efecto, comprueba una noche, tras vivir una experiencia sexual con un joven al que acaba de conocer, que un ser inquietante y sobrenatural la persigue a todas partes.

Jay comenta esta siniestra realidad con sus más íntimos, su hermana, una amiga y un chico que fracasó en su intento de lograr su amor, que se prestan de inmediato a ayudarla en unas circunstancias tan terribles en la que su vida corre serio peligro. Es así como se van perfilando las claves de una historia que, en efecto, tiene mucho de onírico y de imaginario, pero que no se parece a ninguna otra y que, pese a que acaba llevando demasiado lejos sus propuestas, nunca pierde del todo su poder de convicción.

Sorpresa, por tanto, a tener presente. No es el habitual subproducto de terror al uso que vive de las rentas imitando y desvirtuando títulos de gran éxito en taquilla con la más absoluta impunidad, sino que se inspira en fuentes propias, asegurando la originalidad del relato y, lo que es más relevante incluso, valiéndose de códigos narrativos que llaman poderosamente la atención. Algo que tratándose tan sólo de la segunda película Mitchell, que debutó con The myth of the american sleepover, que no se estrenó en las pantallas españolas, hay que valorarlo como se merece. Por eso formó parte de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, de la programación del Festival de Sitges y recibió el Premio de la Crítica en el de Deauville.