No tiene trascendencia alguna, pero tampoco es aburrida y hasta resulta imaginativa y casi siempre amena. Tiene, además, motivos para convocar al público y aunque se encamina por la vía del musical sin ánimo de contribuir al género con una aportación memorable, no es ninguna herejía. Y lo que es más importante, pondrá fin, al menos de momento, a una crisis en la obra del director Fernando Colomo que se prolonga algunos años y cuyo exponente más palpable fue el fracaso comercial de sus dos estrenos previos, La Banda Picasso e Isla Bonita.

En fin, que se puede ser moderadamente optimista. El cine español no está en disposición actualmente de permitirse el lujo de prescindir de un realizador de la talla de un Colomo que ha dado a nuestra cinematografía, desde 1977, 21 largometrajes, de los cuales destacan varios entrañables, brillantes y divertidos.

Esta incursión en el musical se vale, sobre todo, de la labor y de la eficacia de dos nombres relevantes, Paco León y Carmen Machi, probablemente los que tienen más capacidad de convocatoria en nuestro cine, abanderados de un reparto en el que no aparecen nombres de mucha envergadura, pero sí más que eficaces que contribuyen a crear un ambiente festivo contagioso.

Sin olvidar la aportación, por un lado, de dos espléndidos guionistas, Yolanda Garcia Serrano y Joaquín Oristrell y, por otro, la específica de la actriz Maribel del Pino, que es, asimismo, la autora de la coreografía. Decididos a llamar la atención desde el mismo comienzo, la cinta pone en un serio compromiso a los dos protagonistas, Paco León y Carmen Machi. El primero, Fidel, acaba de sufrir un accidente desgraciado, un golpe de un autobús en la cabeza, que le ha provocado una profunda amnesia y que puede frustrar un momento tan entrañable como su reencuentro después de 35 años con Virginia, su madre biológica.