Después de desencadenar a Django y desatar su amor por su género predilecto, Tarantino reincide, a su manera, en el western con Los Odiosos Ocho. Una aguda farsa teatral de tres horas en la que encierra a ocho malnacidos en una tienducha de mala muerte en mitad de la nada y los pone a jugar al Cluedo mientras -como acostumbra- rinde homenaje a todos sus referentes cinematográficos y, por ende, a su propia filmografía.

Y es que en Los Odiosos Ocho encontramos incontables guiños de Tarantino a sus siete filmes anteriores. Comenzando por el reparto, compuesto por algunos de los componentes de su 'equipo médico habitual'. Ahí están Tim Roth, Kurt Russell, Walton Goggins, Michael Madsen... y cómo no, su talismán Samuel L. Jackson, al que regala otro caramelito con más líneas de guión que ninguno de los otros siete odiosos. Y junto a Jackson quien brilla más es ella, la prisionera más deslenguada del oeste y única fémina entre los bastardos: la excelsa Jennifer Jason Leigh.

La música de su admirado -aunque no sepa cuántos premios ha ganado- Morricone y las nevadas montañas de Colorado convierten en delicioso el gélido arranque que será prácticamente lo único que veamos fuera de la tienda de Minnie.

Allí dentro, en su calculado escenario, es donde Tarantino coloca las piezas de su tablero para, a fuego más lento que en otras ocasiones, cocinar su estofado. Así, líneas y líneas de ágiles diálogos marca de la casa van armando una bomba de relojería que tarda en estallar, pero que cuando lo hace explosiona con virulencia gore que salpica a todo y a todos.

Un trámite en el que se gusta, quizás en exceso, y en el que va dejando retazos que recuerdan a grandes piezas del género como La diligencia, El gran silencio blanco o Centauros del desierto, y que también evocan sin remedio a Agatha Christie y sus Diez Negritos.

'Metatarantino'

Pero en Los Odiosos Ocho lo que hay es, sobre todo, más Tarantino dentro de Tarantino, la revisión y depuración de las eficaces fórmulas fruto de sus filias y sus fobias cinematográficas que ya utilizó en títulos como Reservoir Dogs, Malditos Bastardos o la más reciente -y más brillante- Django Desencadenado.

Estamos, en definitiva, un divertidísimo, teatralizado y obviamente violento espectáculo cinematográfico deudor una vez más de lo mejor -y también de lo peor- de ese irredento genio y figura que es Quentin Tarantino.