Es divertida y cáustica, pero también brillante y con destellos de un humor demoledor. Cristina Comencini vence las dificultades que desprende un relato con un protagonismo coral que se desarrolla en apenas unos días y que reúne en un pequeño pueblo de la región de Puglia a los familiares más cercanos del que fuera gran actor, Saverio Crispo, fallecido diez años antes.

Con un argumento propio y un guión en el que ha colaborado Giulia Calenda, la directora va colocando paulatinamente a todos sus personajes en el lugar idóneo, de forma que se va ganando la complicidad de un público que va desvelando los secretos más íntimos del malogrado actor.

En el homenaje están presentes sus dos viudas, sus cinco hijas, que están desperdigadas por el mundo, un yerno y algunos nietos que van a sacar a la luz, en el transcurso de sus largas conversaciones, cuestiones más que sorprendentes de la esfera privada. Lo curioso es que una de las viudas y una de las hijas son españolas, al igual que el esposo de una de estas últimas, fruto de la estancia del actor en nuestro país cuando se rodaban en Almería innumerables spaghetti-westerns.

En este sentido la versión original es fundamental en la cinta, ya que parte de los diálogos son en castellano, algo que se pierde con el doblaje. Entre infidelidad, burla, desmitificación del macho y los enconos de rivalidad que todavía subsisten se va cargando de munición un producto que va de menos a más hasta situarse en un lugar de privilegio en el que el embrollo no tiene desperdicio.

Algo que se extrema cuando irrumpen la hija sueca y la norteamericana, esta última descubierta gracias a una prueba de ADN. Y el postre final es la aparición de Pedro, el doble de Saverio, que además de estar siempre a su lado reveló en el actor insospechadas muestras de amor sin barreras. La película está dedicada a la que fuera bellísima actriz, Virna Lisi, que incorpora a una de las viudas y que falleció poco después de terminar el rodaje.