El cine sólido, personal y con código de barras emocional del italiano Nanni Moretti cobra toda su dimensión en esta película con rasgos autobiográficos, como la casi totalidad de su obra, que ganó el premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes. El autor de títulos inolvidables como La misa ha terminado, Habemus Papam y, sobre todo, Querido diario, retoma elementos dramáticos de La habitación del hijo sin desechar, porque está plenamente vinculado a su personalidad, rasgos de humor propios de la comedia.

Con el cambio destacado de renunciar a su condición de protagonista, que es propio de toda su filmografía, incorporando el personaje secundario de Giovanni, nos convierte en espectadores privilegiados de la intimidad de una mujer, Margherita, una directora de cine que atraviesa una etapa especialmente delicada tanto en el marco creativo como en el personal. Lo peor, con todo, es la situación de su madre, que ha sido hospitalizada por una enfermedad terminal cardiopulmonar. Con un control absoluto de la situación, que plantea numerosas dificultades sobre todo en el terreno dramático, la película va definiendo con pinceladas precisas a unos seres que viven momentos muy duros.

El mejor y más depurado retrato es el de Margherita, una mujer de mediana edad que hace frente tanto a los problemas de su hija adolescente como a la enfermedad de su madre. Asediada por constantes pesadillas, que se confunden con la propia realidad, trata de encontrar en su hermano Giovanni una serenidad que le permita acometer el rodaje diario sin la tensión que le invade. Y eso que en este escenario, que conlleva la presencia de un John Turturro en el cometido de un actor norteamericano un tanto pasado de rosca, predomina el toque desenfadado. Sin alcanzar los niveles de sus mejores películas, Moretti demuestra que sigue en forma y que controla de lleno factores que podrían desestabilizar su labor.