Solo supone un relativa mejora en el plano técnico, fruto de la lógica evolución que han experimentado los efectos visuales en el transcurso de los últimos veinte años, pero por lo demás las cosas se mantienen en un nivel similar. Por eso este regreso a las pantallas de los célebres personajes que se erigieron en un éxito mundial a comienzos de los 90, las Tortugas Ninja creadas por Peter Laird y Kevin Eastman, no representa nada que haya que celebrar, salvo en el ámbito de los incondicionales admiradores.

No se descarta que surja de nuevo una saga, si bien esta resurrección de los denominados héroes del caparazón, los cuatro hermanos con nombres del Renacimiento Italiano, Rafael, Leonardo, Donatello y Miguel Angel, no es precisamente para echar cohetes. El director Jonathan Liebesman sigue los pasos de sus antecesores sin aportar nada especialmente relevante. Es más, el soporte argumental de la cinta remite a un filón, el de la joven y atractiva periodista que descubre a unos superhéroes que van a erigirse en ídolos de la humanidad, que no es precisamente original.

Aunque no se llama Gotham, el Nueva York que vemos tiene mucho de la urbe que sirve de escenario a las aventuras de Batman, una ciudad que vive bajo el peso insoportable de la amenaza de la Banda del Pié, que tiene en el siniestro Shredder a su ambicioso líder, un villano que pretende hacerse con el control. Es una coyuntura muy delicada que obliga a las cuatro Tortugas Ninja Mutantes a salir del subsuelo a través de las alcantarillas, decididos a acabar con tan terrible clan.

Resueltos a hacerlo sin que puedan ser observados por nadie, solo una bella periodista en paro, April O'Neil, encarnada por una Megan Fox que es poco más que un bello escaparate, logra verlos, aunque nadie da crédito a una persona que asegura que cuatro tortugas enmascaradas con poderes sobrenaturales campan a sus anchas por los más altos edificios neoyorquinos.