Comete el pecado más grave de una comedia, y de otros muchos géneros, regalar el aburrimiento por todos sus poros y desaprovechar por completo la presencia de dos nombres, no excelentes actores desde luego pero sí de una indudable capacidad de convocatoria, el fornido Mark Wahlbergy un Will Ferrell sin demasiado gancho entre nosotros pero muy popular en Estados Unidos.

El caso es que con ello se ha venido abajo un proyecto que podía haber dado más de sí, pero que no encuentra en ningún momento la vía idónea para explorar un humor familiar que resulta muy poco imaginativo y bastante soso. Es más, cuando quiere amarrar los resortes del humor más efectivo lo único que logra es pasarse de rosca y estrellarse en la vulgaridad y el disparate insulso. Es innegable que estos pobres recursos se podían prever a la luz de los antecedentes del director Sean Anders, responsable de una filmografía muy poco estimulante que contempla títulos tan grises en la comedia como Sex drive, Desmadre de padre y Cómo acabar sin tu jefe 2, que no dieron apenas juego en las pantallas.

Sus pretensiones de divertir al público sobre la base de la rivalidad entre dos padres, uno biológico y el otro que asume la condición al casarse con la madre de dos niños, caen en saco roto desde el principio y pierde eficacia en todos los frentes a medida que avanza el relato. Brad es el padrastro de vocación que acaba de contraer matrimonio con la bella madre y que aspira aganarse la confianza y el cariño de los pequeños. Pero no contaba con que el padre adoptivo, un Dusty motorista y atlético que no acepta la condición de reserva, irrumpa de nuevo en su antiguo hogar decidido a imponer sus condiciones y a rivalizar ante quien considera un intruso. Es el inicio de una lucha abierta que parece sorda, porque Brad trata de que nunca se rompa la tregua entre él y su «colega».