Está a mitad de camino del cine religioso militante y de la biografía y aunque peca de notoria ingenuidad y está planteada con esquemas muy simplistas y a menudo maniqueos, nadie duda que atraerá a los espectadores interesados en la figura de Pedro Poveda, un sacerdote andaluz nacido en Linares en 1874, que trabajó en el tema educativo, en un intento por contrarrestar la enorme y efectiva labor de la Institución Libre de Enseñanza, y en el de la igualdad de derechos de la mujer. Fue reconocido por la UNESCO como Pedagogo y Humanista y canonizado por el Papa San Juan Pablo II.

Segundo largometraje del director Pablo Moreno, tras Un dios prohibido en 2013, puesto que su ópera prima Talita Kum, rodada en 2008, quedó inédita en las pantallas, es una evidente apología del personaje que recoge la diversidad de su apostolado en una España que trataba de abrirse paso hacia la modernidad a través de un proceso que fue abortado por el golpe de estado que abrió paso a la guerra civil.

La proyección comienza cuando Poveda es detenido por el Frente Popular y sometido a una especie de juicio sumarísimo que culminaría con su trágica muerte en 1934. En el resumen de su actividad, que alarga la película hasta unas innecesarias dos horas, se asiste a su trabajo en las cuevas de Guadix, encaminada sobre todo a ayudar a niños carentes de medios y ajenos a la cultura, a su encuentro decisivo en Covadonga con un movimiento impulsado por mujeres jóvenes, origen de la Institución Teresiana, y a su colaboración en Jaén con Pepita Segovia, primera mujer licenciada en educación de la provincia.

Con una interpretación más apropiada de Elena Furiase en el papel de Pepita y con un Raúl Escudero que da una imagen sin la densidad dramática adecuada de Poveda y con un funesto maquillaje, la cinta cubre el expediente que le exigirá determinado auditorio, pero sin marcar pauta alguna en el plano cinematográfico.