Acaba, como la propia historia, perdiendo los papeles, de forma que un comienzo ocurrente y a veces divertido, que aporta sinceridad en unos diálogos crudos pero auténticos, se deteriora paulatinamente cuando las cosas llegan a un callejón sin salida y no se encuentran las soluciones idóneas.

Este intento de llevar a la pantalla el botellón más salvaje que se haya visto en la pantalla sin cortapisas de ningún tipo, ni en los diálogos ni en las imágenes, desaprovecha un ocasión idónea para contemplar en su propia salsa a una legión de adolescentes empeñados en disfrutar de sexo, de diversión y de estimulantes y alcohol.

El debutante director Nima Nourizadeh, un londinense de origen indio, ha rebasado todas las cotas previsibles en este tipo de comedias desmadradas aunque no saca del tema el mejor partido posible. Dos de los aspectos más resaltables de la cinta son la elección del reparto, efectuado mediante un casting que ha dado aceptables resultados, y el propósito de convertir la trama en algo parecido a un documento real, factor este último acentuado por el hecho de que lo que vemos lo filma uno de los jóvenes protagonistas con su cámara. Se trata, en definitiva, de una fiesta de cumpleaños, la de Thomas, que cumple 17, empeñado con sus tres amigos inseparables, JB, Costa y Dax, en lograr que al menos medio centenar de invitados acudan a su casa aprovechando que sus padres pasan fuera el fin de semana.

Piensan que es la forma de satisfacer sus deseos de sexo fácil. Lo que sucede es que su capacidad de convocatoria es tan eficaz y exhaustiva que el número de asistentes rebasa el millar. Naturalmente el fiestón se les va de las manos, con la casa invadida por las hordas salvajes y la piscina repleta de estudiantes sin ropa, y el asunto adquiere cotas de verdadero escándalo que moviliza a la policía e incluso a los SWAT.