Sin llegar a erigirse en una gran sorpresa sí supone, al menos, una contribución aceptable y, sobre todo, prometedora para el cine español. Denota, desde luego, que el director Carlos Martín, que es también guionista y productor y a veces ha actuado como actor en varios cortos, no es el clásico novato que se mueve en terrenos esquilmados y que sabe y conoce allá por donde pisa.

Este thriller contiene momentos de tensión más que correctos que conducen al espectador a un territorio marcado por la violencia y, sobre todo, por el enfrentamiento. Que esto suceda en un argumento que tiene por protagonistas a dos hermanos es llamativo y marca la clave de un relato truculento.

Con el añadido de que se trata de una opera prima realizada sin subvención de ningún tipo y que ha sido financiada con recursos propios. Osado también a la hora de estrenar la película, que ha logrado llegar nada menos que a 70 pantallas de toda España, Carlos Martín puede haber abierto la vía para una futura carrera cine- matográfica más que solvente.

Su realización no es, por supuesto, perfecta y corre algún riesgo importante fruto de la excesiva reiteración de una anécdota algo forzada, pero logrando mantener el pulso firme a la hora de llevar los enfrentamientos entre los dos hermanos al límite. Se trata de Alex y Marcos, que cuando eran niños inventaron un juego que solo puede concebirse en una mente refinada y cruel.

En él ambos se ven obligados a efectuar unas pruebas que no tienen freno y a pagar, en caso de no resolverlas, un precio tremendamente elevado. Algo siniestro y hasta macabro. Después de varios años sin verse, fruto de un accidente que dejó a Alex en coma, se vuelven a ver las caras y, como no podía ser menos, el ansia de desafío les lleva a recurrir de nuevo al juego de marras. Es una forma de sacar a la luz la frustración e incluso el odio acumulado durante tanto tiempo.