Tiene ese sentido del humor genuinamente italiano que con tanta maestría reflejaron especialistas del género como De Sica, Scola, Risi, Monicelli y otros muchos y aunque no llega a la altura de sus logros sí retoma de forma aislada parte de sus virtudes. Por eso ganó el premio del público en el Festival de Tokio y se hizo con el David Di Donatelli a la mejor opera prima.

Y es que, en efecto, es el debut en la dirección de un guionista, Edoardo Maria Falcone, que sabe donde hincar el diente para conseguir la sonrisa del público y a veces, incluso, la carcajada. Es cierto, no obstante, que la eficacia es desigual y que algunas situaciones, en la parte final en mayor medida, están demasiado forzadas de cara a alcanzar sus objetivos. Como el propio título sugiere, ´Si Dios quiere´ plantea una cuestión religiosa propia de hace décadas pero con soluciones que son de considerable actualidad, factor que es fundamental para que no sólo interese sino que divierta.

Nos conduce al interior de una familia burguesa acomodada de Roma, que vive a la sombra del prestigio profesional del padre, Tommaso, un brillante cirujano de cardiología cuya arrogante actitud con sus pacientes y familiares salta a la vista. Lo hace en un momento de crisis, hasta el punto de que la sólida estructura de la misma amenaza con venirse abajo cuando el hijo, Andrea, reúne a sus padres y hermanos para comunicarles una noticia importante que coge a todos descolocados: quiere ser sacerdote.

A partir de esta revelación cambia por completo el clima que regía en el hogar, sobre todo porque el padre, escéptico en materia de religión, no está dispuesto a resignarse ante lo que para él es una pura manipulación de la inocencia de su hijo, que él asocia a un cura amigo de Andrea, Don Pietro. El panorama se enturbia hasta tal punto que la madre sufrirá un proceso de transformación drástica que fulminará toda su habitual sumisión al marido. El cuadro que se define es sumamente dramático.